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((**Es19.93**) salvación, aunque fuera de una sola alma. Este pensamiento es sumamente oportuno y a su vez bellamente dispuesto y ordenado por la mente Divina. En efecto, siendo hoy mismo el amor a las almas lo que debe regenerar el mundo, viene a resplandecer con los fulgores de la gloria humana y divina este gran amator animarum, amante de las almas, que, con la luz de los milagros y con la eficacia de sus obras, llama la atención, se impone a la admiración y a la imitación de todo el mundo. Y, aunque no todos puedan aspirar ->>cómo sería ello posible?- ((**It19.103**)) a tal fecundidad de acción en favor de las almas, sin embargo, como suele decirse, un gran amor, una gran solicitud, un gran tesón en toda dirección y condición, son capaces de hacer milagros. íCuántos llegarían a hacer cosas extraordinarias si ardiese en sus pechos este amor por las almas, que no se detiene ante la abnegación y el sacrificio y que realiza verdaderos milagros, como milagros de paciencia, de sacrificio y de abnegación realiza una madre con el grande y tierno afecto que siente por su hijito! Y si no todos pueden aspirar a tanto, >>quién se negará a trabajar, de acuerdo con la medida de sus fuerzas, en este campo, cuando se quiere que el mal se propague por doquier, cuando se ven tantas almas, especialmente jóvenes, expuestas al peligro y a caer víctimas de las tentaciones y de las ocasiones? íCuántas almas arrastra a la ruina la vanidad seductora, la sensualidad imperante, la sed de placeres! Por esto se impone la cooperación de todos al apostolado, al que incesantemente llamamos a los que tienen sentimiento en el corazón: todos deben alistarse en las filas de la acción católica, por Nos tan recomendada y que tiene también varias manifestaciones; en ella hay puesto para todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, actuando el ideal de un apostolado universal y jerárquico, que es el objeto y el alma de la acción católica. Y por otro lado, todavía un pensamiento que, junto con el de la preciosidad del amor por las almas, del amor de Jesús, y del valor de su preciosísima sangre derramada por las almas, nos ofrece don Bosco en esta su simbólica glorificación. íQué hermosa, qué consoladora, qué llena de estímulo resulta la soberana fidelidad de Dios con sus Siervos! Su fiel y humilde Siervo (al llegar a este punto el Papa pareció profundamente conmovido) -porque ésta es la verdad, ésta es la luz más hermosa y más sublime que hoy circunda al Venerable don Bosco-: una simple criatura, un humilde Siervo de Dios, que no ha escatimado nada para servirle generosamente, un pobre hombre, según el mundo: y, más aún, he aquí que Dios abre los cielos y deja oír su voz con la fuerza y la magnificencia de los milagros hasta en las más remotas regiones: y hoy levanta ante nuestros ojos la piedra que cubre el sepulcro y llama a su Siervo fiel a una verdadera resurrección gloriosa, precisamente en estos días en que nos preparamos para conmemorar solemnemente su misma Divina Redención. Sí, fidelis Deus in Sanctis suis. Es éste un pensamiento que debemos tener siempre presente, especialmente cuando Dios nos pide un trabajo, una abnegación, un sacrificio, para su mayor gloria o para el bien de las almas. Debemos responder con generosidad, porque siempre, como en el caso que celebramos, veremos cumplirse lo que el generoso Divino Redentor ha dicho: Qui confitebitur me coram hominibus, confitebor et ego eum coram Patri meo: aquel que me confesare ante los hombres, yo le confesaré ante mi Padre. ((**It19.104**)) Y el Verierable Juan Bosco, con su vida, con todas sus obras y con la vida y las obras de sus hijos, que se multiplican por todo el mundo, puede decir muy bien: He confesado y confieso al Señor mi Dios y El me confiesa y proclama glorioso ante el Padre Celestial y en presencia del mundo entero. Y ahora, hijos amadísimos, sólo nos falta impartir, con estos deseos y en medio de(**Es19.93**))
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