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gritando que estaba curada. La monja, creyendo que
enloquecía, acudió corriendo.
-Despacio, le recomendó Teresa; no choque con
don Bosco.
Ante aquellas palabras sonrióse don Bosco. Ella
no había visto nunca ningún retrato de don Bosco;
pero, como le rezaba hacía tiempo, no dudó que
aquel sacerdote fuera él. Entonces don Bosco,
levantando las manos con las palmas vueltas hacia
ella y retrocediendo sonriente, desapareció como
por en medio de la niebla.
Todo esto le sucedió estando totalmente
despierta y no soñando.
Durante la aparición se le había ido aclarando la
vista, antes bastante débil y confusa, de tal modo
que, después, distinguía claramente los objetos.
Tiró fuera las mantas, bajó de la cama y en cuatro
saltos pasó a la habitación vecina de una amiga
suya para darle la alegre noticia.
Fue después a las monjas que bajaban entonces al
pasillo y se dirigían atónitas hacia ella. Las
otras enfermas, que no podían creer a sus ojos, se
acercaban en camisón hasta ella y la tocaban para
convencerse de la realidad. Ciertamente no tenía
nada. Al día siguiente lo confirmó el doctor
Miotti, tras una minuciosa visita.
Este médico asistió posteriormente como perito
al proceso apostólico de Piacenza formando parte
del tribunal eclesiástico nombrado por el ((**It19.92**)) Obispo,
monseñor Menzani, de acuerdo con las facultades e
instrucciones recibidas en Roma. Presentáronse
después de la agraciada, dieciséis testigos. Para
hacer el examen judicial también allí fue
necesaria una prórroga. Como algunos testigos no
pudieron presentarse en Piacenza, recibió la
deposición de uno el Promotor General de la Fe en
Roma, y los Arzobispos de Turín y de Milán fueron
autorizados para formar dos procesículos para los
otros. Fueron llamados como peritos para la
cuidadosa visita final los doctores locales
Ghisolfi y Fermi, cuyas certificaciones estuvieron
de acuerdo en excluir todo indicio de futura
recaída.
Llevadas a Roma las actas de los dos procesos y
abiertos allí los legajos en forma jurídica, parte
el 18 de junio de 1926, y parte el dos de julio
siguiente, empezó la discusión sobre la validez.
El Promotor General de la Fe elevó varias
dificultades el 28 de febrero de 1927 en la
reunión ordinaria de la Congregación de Ritos; el
Abogado contrapuso sus respuestas en la del día
tres de marzo. Los Cardenales de la Sagrada
Congregación emitieron el voto favorable sobre la
validez de ambos procesos el veintidós de marzo
del mismo año; Pío XI lo confirmó al día
siguiente.
Procedióse entonces al examen de los dos
milagros. El Abogado los refirió en la reunión del
veintinueve de abril, alegando, entre(**Es19.84**))
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