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con intención de tragarla. El médico le había
prohibido tragar cualquier cosa, pero ella se la
llevó con fe a la boca y la tragó. Eran las siete
y media de la tarde. En ((**It19.89**)) aquel
instante cesó todo dolor: se acabó la pesantez en
el estómago y el vientre, se acabaron las
dificultades para mover los miembros. Intentó
bajar de la cama y lo hizo varias veces sin
dificultad. Mas no salió de la habitación. Por la
mañana se levantó como todas, pero se quedó en la
habitación esperando que la autorizaran para bajar
a la capilla. Como no se presentara ninguna
religiosa, fue a la enfermera, la cual, sin poder
creer lo que veía, la mandó volver a la cama.
Obedeció ella y esperó con paciencia la visita del
médico, el cual, no sólo la permitió que se
levantara, sino también que comiera. Pocos días
después, Sor Provina tomaba parte en la vida
común.
El tribunal formado en Turín por el cardenal
Gamba se vio obligado, por la gravedad del
proceso, a pedir dos prórrogas más allá del tiempo
fijado por la Sagrada Congregación de Ritos.
Oyeron a catorce testigos, sin contar a la
agraciada, esto es, a los dos médicos de cabecera,
a dos sacerdotes Salesianos y a diez Hijas de
María Auxiliadora. Asistieron al proceso, en
calidad de peritos, los doctores Sympa y Peynetti.
Verdaderamente el Código de Derecho Canónico sólo
prescribe la presencia de un perito; pero el
tribunal turinés llamó al doctor Sympa de Roma,
perito oficial de la Congregación de Ritos, porque
veía la necesidad de tener normas técnicas seguras
para el desarrollo de su acción. Finalmente
realizaron la esmeradísima visita prescrita los
doctores Sura, médico cirujano radiólogo, y Rocca,
médico cirujano. Ambos certificaron que la
Religiosa no presentaba ningún síntoma de lesión
gástrica en acto, ni tampoco el más lejano indicio
de predisposiciones patológicas en el futuro.
El otro milagro sucedió en Castel San Giovanni,
de la zona de Piacenza. En noviembre de 1918, la
joven Teresa Callegari, de veintitrés años, cayó
enferma con pulmonía gripal. Hizo el doctor
Minoia, que se internase en el hospital y curó de
la pulmonía; pero, durante la convalecencia,
contrajo una fuerte dolencia en la rodilla
izquierda con hinchazón, derrame de líquido
articular y anquilosamiento. Habitualmente le
subía la fiebre a treinta y ocho grados. ((**It19.90**)) La
hinchazón pasó a la rodilla derecha, a las
articulaciones de los pies y al brazo. Se
adivinaba de aquel modo la poliartritis
infecciosa.
Durante seis meses estuvo la enferma condenada
a la inmovilidad y con atroces dolores.
Añadiéronse entonces otras graves complicaciones a
la enfermedad articular, como catarro
gastrointestinal, molestias vesicales con
imposibilidad de orinar, estreñimiento y, en
consecuencia,(**Es19.82**))
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