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talentos propiamente tales; el talento de quien
habría podido tener el éxito del docto, del
pensador, del escritor.
Tanto que él mismo nos lo confiaba, y no sé si
haya hecho a otros la misma confidencia; quizá la
procedencia del mismo ambiente de los libros le
estimulaba -él sintió una primera invitación a la
dirección de los libros, dirección de las grandes
comprensiones ideales-. Y hay señales
sobrevivientes de ello como miembros sueltos,
elementos sueltos -digámoslo así- los cuales
demuestran que, según una primera idea, habría
debido elevarse a la composición de un gran cuerpo
científico, de una gran obra científica; hay
señales de ello en sus libros, en sus opúsculos,
en su gran propaganda de prensa. En ella aparece
la grande y altísima luminosidad de su
pensamiento, que le trazó la inspiración de esa
gran obra, con la que él debía llenar primero su
vida y después el mundo entero; y allí se
encuentra esa primera invitación, esa primera
tendencia, esa primera forma de su poderoso
talento; las obras de propaganda tipográfica y
literaria fueron precisamente las obras de su
predilección.
También esto lo vimos con nuestros ojos y lo
oímos de sus labios. Estas obras fueron su más
noble orgullo. El mismo nos decía: <((**It19.82**)) la
vanguardia del progreso>>: y hablábamos de obras
de imprenta y de tipografía.
La llave de oro de este áureo, preciosísimo
misterio de una gran vida, tan fecunda, tan
laboriosa, de aquella misma invencible energía de
trabajo, de aquella misma indomable resistencia al
esfuerzo, esfuerzo cotidiano y a toda hora -esto
también lo vimos- a toda hora, de la mañana a la
noche, de la noche a la mañana cuando era
necesario (y era necesario a menudo): el secreto
de todo esto estaba en su corazón, estaba en el
ardor, en la generosidad de sus sentimientos.
Puede decirse de él, y parecen escritas para
él, como para otros de los más grandes héroes de
la caridad y de la acción caritativa, aquellas
magníficas palabras: Concedióle el Señor un
corazón tan dilatado como la arena de la orilla
del mar (IR, V, 9). Esa es su obra que, a los
cuarenta años de su muerte, está verdaderamente
esparcida por todos los países, por todas las
playas, como la arena en la orilla del mar.
Maravillosa visión la que, en resumen, se puede
tener con unas setenta Inspectorías (como se
diría: de Provincias), con más de un millar de
Casas, que equivale a decir millares y millares de
iglesias, de capillas, de hospicios, de escuelas,
de colegios; con millares, más aún, con centenares
de millares, pero muchos centenares de millares de
almas llevadas a Dios, de jóvenes recogidos en
hogares de seguridad y llamados al festín de la
ciencia y de la primera educación cristiana.
Son ya dieciséis mil los hijos de la Pía
Sociedad Salesiana, las Hijas de María
Auxiliadora, los profesos, novicios y aspirantes
-y quizá más a la hora en que hablamos-, los
operarios y operarias de esta obra inmensa y
magnífica.
Y entre estos obreros y estas obreras, hay más
de mil en conjunto en primera línea, en la
cercanía del enemigo, en las misiones más lejanas,
que ganan nuevas provincias al reino de Dios íel
mayor título de gloria que Roma reservaba a los
antiguos triunfadores romanos! Y también ha dado
al Episcopado casi unos veinte Pastores, algunos
destinados a diócesis civilizadas y otros
esparcidos por las lejanas misiones.
Y aumenta el consuelo al pensar que todo este
magnífico, este maravilloso desarrollo de obras,
se remonta directamente, inmediatamente a él, que
sigue siendo el director de todo, no sólo el padre
lejano, sino el autor siempre presente, siempre
actuante en la lozanía constante de sus normas, de
sus métodos, y sobre todo de sus ejemplos.(**Es19.76**))
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