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((**Es19.76**) talentos propiamente tales; el talento de quien habría podido tener el éxito del docto, del pensador, del escritor. Tanto que él mismo nos lo confiaba, y no sé si haya hecho a otros la misma confidencia; quizá la procedencia del mismo ambiente de los libros le estimulaba -él sintió una primera invitación a la dirección de los libros, dirección de las grandes comprensiones ideales-. Y hay señales sobrevivientes de ello como miembros sueltos, elementos sueltos -digámoslo así- los cuales demuestran que, según una primera idea, habría debido elevarse a la composición de un gran cuerpo científico, de una gran obra científica; hay señales de ello en sus libros, en sus opúsculos, en su gran propaganda de prensa. En ella aparece la grande y altísima luminosidad de su pensamiento, que le trazó la inspiración de esa gran obra, con la que él debía llenar primero su vida y después el mundo entero; y allí se encuentra esa primera invitación, esa primera tendencia, esa primera forma de su poderoso talento; las obras de propaganda tipográfica y literaria fueron precisamente las obras de su predilección. También esto lo vimos con nuestros ojos y lo oímos de sus labios. Estas obras fueron su más noble orgullo. El mismo nos decía: <((**It19.82**)) la vanguardia del progreso>>: y hablábamos de obras de imprenta y de tipografía. La llave de oro de este áureo, preciosísimo misterio de una gran vida, tan fecunda, tan laboriosa, de aquella misma invencible energía de trabajo, de aquella misma indomable resistencia al esfuerzo, esfuerzo cotidiano y a toda hora -esto también lo vimos- a toda hora, de la mañana a la noche, de la noche a la mañana cuando era necesario (y era necesario a menudo): el secreto de todo esto estaba en su corazón, estaba en el ardor, en la generosidad de sus sentimientos. Puede decirse de él, y parecen escritas para él, como para otros de los más grandes héroes de la caridad y de la acción caritativa, aquellas magníficas palabras: Concedióle el Señor un corazón tan dilatado como la arena de la orilla del mar (IR, V, 9). Esa es su obra que, a los cuarenta años de su muerte, está verdaderamente esparcida por todos los países, por todas las playas, como la arena en la orilla del mar. Maravillosa visión la que, en resumen, se puede tener con unas setenta Inspectorías (como se diría: de Provincias), con más de un millar de Casas, que equivale a decir millares y millares de iglesias, de capillas, de hospicios, de escuelas, de colegios; con millares, más aún, con centenares de millares, pero muchos centenares de millares de almas llevadas a Dios, de jóvenes recogidos en hogares de seguridad y llamados al festín de la ciencia y de la primera educación cristiana. Son ya dieciséis mil los hijos de la Pía Sociedad Salesiana, las Hijas de María Auxiliadora, los profesos, novicios y aspirantes -y quizá más a la hora en que hablamos-, los operarios y operarias de esta obra inmensa y magnífica. Y entre estos obreros y estas obreras, hay más de mil en conjunto en primera línea, en la cercanía del enemigo, en las misiones más lejanas, que ganan nuevas provincias al reino de Dios íel mayor título de gloria que Roma reservaba a los antiguos triunfadores romanos! Y también ha dado al Episcopado casi unos veinte Pastores, algunos destinados a diócesis civilizadas y otros esparcidos por las lejanas misiones. Y aumenta el consuelo al pensar que todo este magnífico, este maravilloso desarrollo de obras, se remonta directamente, inmediatamente a él, que sigue siendo el director de todo, no sólo el padre lejano, sino el autor siempre presente, siempre actuante en la lozanía constante de sus normas, de sus métodos, y sobre todo de sus ejemplos.(**Es19.76**))
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