((**Es19.75**)
Fundador, repetimos a Vos, Beatísimo Padre, el
himno de agradecimiento que brota del corazón de
los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora
con todos sus alumnos y alumnas, exalumnos y
exalumnas, de todas las partes de la tierra, y de
todos los Cooperadores y Cooperadoras de las Obras
dejadas en herencia por don Bosco, todos los
cuales están aquí presentes en espíritu para
recibir la Apostólica Bendición, y reavivar los
buenos propósitos de santificar nuestras almas.
Entonces el Padre Santo testificó las loas del
Venerable con este discurso, que pronunció con
visible satisfacción del alma:
Muy queridos hijos, hay hombres suscitados por
el espíritu de Dios, en momentos por El elegidos,
que pasan por la esfera de la historia como los
grandes meteoros que atraviesan alguna vez el
firmamento estrellado, Esos hombres -lo mismo que
los grandes meteoros, a veces hermosísimos y a
veces aterradores- son de dos categorías. Los hay
que pasan aterrando más que beneficiando,
suscitando maravilla, espanto, sembrando su camino
de signos indudables de una enorme grandeza, de
visiones rápidas, de audacias casi incomprensibles
y también de ruinas y víctimas.
Dios suscita a veces -como Napoleón I decía de
sí mismo- hombres que son látigo y azote para
castigar a los pueblos y a los reyes. Pero hay
otros hombres que vienen para curar llagas,
resucitar la caridad y reconstruir sobre las
ruinas; hombres no menos grandes, sino todavía
mayores, porque son grandes en bondad, grandes en
el amor a la humanidad, grandes en hacer bien a
sus hermanos, en socorrer sus necesidades; hombres
que pasan suscitando verdadera admiración, llena
de simpatía, de reconocimiento, de bendiciones,
precisamente como el Redentor de los hombres, el
Hombre-Dios, que pasaba bendiciendo y haciéndose
bendecir, hombres cuyo nombre permanece en los
siglos como una bendición.
El Venerable don Bosco pertenece precisamente a
esta magnífica categoría ((**It19.81**)) de
hombres elegidos en toda la humanidad, a estos
colosos de benéfica grandeza cuya figura, se
recompone fácilmente, si después del análisis
minucioso y riguroso de sus virtudes, como se ha
hecho en las precedentes discusiones largas y
reiteradas, viene la síntesis que, reuniendo las
líneas sueltas, las rehace hermosa y grande. Es
una figura, muy queridos hijos, que la Divina
Providencia adornó con sus más preciosos dones:
hermosa figura, que siempre hemos apreciado y que
ahora, en este momento, apreciamos más que nunca,
contemplándola bien, duplicando y multiplicando en
el recuerdo la alegría de esta hora.
Nos vimos de cerca esta figura, en una larga
visión, en una prolongada conversación: una
magnífica figura que no lograba esconder su
inmensa e insondable humildad; una figura
magnífica, que aun confundiéndose entre los
hombres, y moviéndose por la casa como el último
llegado, como el último de los huéspedes (él, la
razón de todo), todos le reconocían a la primera
mirada, al primer acercamiento, como figura muy
superior y arrebatadora; una figura completa, una
de esas almas que, en cualquier camino que hubiere
emprendido, habría dejado firmes huellas de su
paso, dado lo magníficamente que estaba dotado
para la vida.
Fuerza, vigor mental, ardor de corazón,
potencia de acción, de pensamiento, de afecto, de
obras, y luminoso, vasto y alto pensamiento, nada
común, superior con mucho al ordinario, vigor
mental y de talento, muy propio también (lo que
generalmente es poco conocido y poco notado) de
esos talentos que se podrían llamar(**Es19.75**))
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