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menos propagarse. íY los medios faltaban muy a
menudo! >>Cómo se las arreglaba entonces? Exponía
sencillamente las graves necesidades de su
Sociedad a las personas pudientes para obtener su
generosa ayuda, mas sin violentar jamás la
libertad de su voluntad con importuna porfía.
En el Venerable Siervo de Dios se unían
maravillosamente las dotes y los recursos aptos
para formar el mejor preceptor, lo mismo los que
se tienen por naturaleza como los que se adquieren
por la experiencia. Su palabra suave llegaba al
alma de los muchachos y de los alumnos, los
recibía con paternal bondad, los entretenía con
amenas conversaciones, los adiestraba
maravillosamente en la virtud y en la piedad, como
hace un padre cariñoso que acoge a todos con el
mismo afecto, que se preocupa por cada uno de
ellos, que se gana el amor de todos y los liga a
sí, uno a uno, con el dulce vínculo del amor.
Era todo suavidad, como si los bajos antojos no
tuvieran en él raíz alguna. Manaba de su palabra
una eficacia desconocida y casi divina que
aclaraba las tinieblas de la mente, movía los
corazones y los seducía para el cumplimiento de
los preceptos evangélicos. Compuso y difundió
numerosos escritos, aptos para instruir la mente y
enfervorizar el alma en la piedad. Y así se
mostraba el Venerable como un digno sacerdote de
Dios, cuyos labios guardan la ciencia para enseñar
a los ignorantes y sacudir a los durmientes.
No dejó ni un momento de atender a este
santísimo ((**It19.77**)) cuidado
de dilatar y perfeccionar la sociedad por él
fundada; más aún, quiso añadir otra, que llamó
Hijas de María Auxiliadora, para atender a la
jovencitas. Puso las dos bajo la protección de San
Francisco de Sales, a quien había elegido por
Patrono y de quien era muy devoto.
Hubo de aguantar muchos trabajos para la
estabilidad y desarrollo de las dos familias, y
afrontar valientemente las más difíciles pruebas,
y supo tolerar pacientemente muchísimas molestias,
procedentes de donde habría podido, en cambio,
esperar valioso apoyo. Y, además de esto, encaminó
su ánimo y sus fuerzas hasta las gentes bárbaras y
salvajes habitantes en las tierras más lejanas y
casi inhabitables, para que pudieran participar de
los mismos beneficios.
Guiado por esa sabiduría, que se despliega
vigorosamente de un confín al otro del muendo y
gobierna de excelente manera todo el universo
(Sb., VIII, 1), vio todas las obras que había
emprendido para gloria de Dios y salvación de las
almas, y no para acumular fortuna y gloria humana,
coronadas por el éxito, en medio del estupor de
todos y también de los que querían ignorar o
disminuir la virtud de quien la realizaba. El
nombre del sacerdote Juan Bosco adquirió de este
modo tanta fama, que casi no hay en el mundo un
lugar donde no sea conocido y venerado.
Después de su dichosa muerte, acaecida el
último día de enero de 1888, a los setenta y tres
de su edad, brilló todavía más la fama de santidad
de un hombre tan grande en el común sentir de las
gentes, de tal modo que, apenas habían pasado
cuatro años, cuando ya se pensó seriamente en
elevarlo al honor de los altares. Por eso se
instruyeron cuidadosamente en la Curia
Eclesiástica de Turín los procesos según las
normas del derecho, sobre su vida y sus obras; y,
terminados los diversos juicios que nuestras leyes
establecen rigurosamente anteponer, empezóse el
examen formal de sus virtudes, que se realizó en
cuatro sesiones, observando cuidadosamente la
loable severidad que confiere mayor fe y autoridad
a esos gravísimos juicios.
La Congregación Antepreparatoria se celebró el
último día de julio de 1925 ante el eminentísimo
cardenal Antonio Vico, relator de la Causa.
Siguieron a ésta dos Preparatorias en las cuales
se discutieron muy cuidadosamente todos y cada uno
de los(**Es19.72**))
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