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y con los sellos intactos. Se quitó la tapa y
apareció la de la tercera caja de cinc, bastante
gastada y en parte rota por una causa que se
remontaba a trece años atrás. El año 1904, con
autorización de la autoridad civil y en presencia
del cardenal Richelmy, se había exhumado el cuerpo
de don Bosco, en forma muy secreta, para observar
en qué estado se encontraba el continente y el
contenido y para apagar la piedad de los
componentes del décimo Capítulo General de la
Sociedad, reunidos en Valsálice y deseosos de
volver a ver las facciones de su Padre. En aquella
ocasión uno de los médicos municipales quiso
verter dentro de la tercera caja una
sobreabundante solución de bicloruro de mercurio,
cuya acción corrosiva había atacado el metal.
Al remover totalmente la tapa de cinc, <>. El cadáver aparecía momificado. La
cabeza, ligeramente vuelta hacia la izquierda,
estaba cubierta completamente por la piel casi
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ennegrecida con los cabellos bien conservados; los
ojos estaban consumidos bajo los párpados, todavía
con pestañas y cejas; la boca abierta dejaba ver
las encías deformadas, con tres dientes todavía en
la parte superior y cinco en la inferior y secas
las aparentes partes blandas, pero no se veía la
lengua; la nariz, bien conservada, tenía la punta
algo doblada hacia la izquierda: también se veía
íntegro el pabellón de ambas orejas. En el cuello,
intacto, se advertía la laringe saliente y
cubierta con sus tegumentos. Los brazos estaban
extendidos a lo largo del cuerpo, con las manos
todavía cubiertas por la piel ennegrecida, con los
dedos íntegros y las uñas. El cuerpo y las
articulaciones superiores e inferiores estaban
envueltos con los ornamentos: casulla, sotana,
calcetines, zapatos, todo bastante bien
conservado, pero empapado todavía en sublimado
corrosivo.
El trabajo de reconocimiento se empezó el
sábado día trece, se suspendió el domingo y se
acabó el lunes. Se volvieron a cerrar las cajas,
se sellaron y de nuevo se colocó el féretro en su
nicho, a la espera de otro reconocimiento más
solemne. Se levantó acta de todo.
Terminada la transcripción de todo ello, se
envió el legajo a Roma el 26 de noviembre de 1918.
Y así se daba por cumplida la función esencial de
los jueces eclesiásticos de Turín.
Ya dijimos en el capítulo segundo cuanto nos
pareció suficiente para dar una idea sobre su
constitución; mas no se creyó necesario informar
vez por vez a los lectores de las sucesivas
modificaciones.(**Es19.64**))
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