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uno, se tuviera enseguida manera de suplirlo con
otro. De este modo, sería posible multiplicar las
sesiones.
Monseñor Caprara se preocupó de hablar del
asunto con el Papa el dieciséis de febrero; pero,
contra las esperanzas comunes, el Papa, aun sin
desaprobar el rápido comienzo del proceso, no
juzgó oportuno, entonces, condescender, en razón
de que la Causa estaba a demasiada poca distancia
de la muerte del Siervo de Dios; no debía entrar
en ella tan pronto la Santa Sede; lo haría, si era
preciso, con el andar del tiempo; y, en
consecuencia, no se negaba la concesión de las
facultades pedidas, sino que se difería. Mientras
tanto, Monseñor sugirió lo que podía hacerse para
poder proseguir: que los jueces primeramente
elegidos renunciasen al mandato y el Cardenal
Arzobispo eligiese otros doctorados, como lo
exigían las prescripciones eclesiásticas.
Así se hizo y se reanudaron las sesiones el
nueve de abril. Gazzelli, juez adjunto, sustituyó
como juez delegado a Roetti, cediendo su puesto al
canónigo Molinari, y el canónigo Ramello sustituyó
a Nasi; nombróse, además, un tercer juez en la
persona del canónigo Pechenino. Pero sobrevinieron
rápidamente dos serios contratiempos, con la
muerte del cardenal Alimonda y la del Postulador
don Juan Bonetti, que tuvieron lugar,
respectivamente, en mayo y en junio del mismo año
1891. Gazzelli, elegido Vicario Capitular y
gozando por tanto de autoridad ordinaria, dio
inmediatamente las disposiciones para que el
proceso continuase. No obstante, en la primera
sesión, ((**It19.47**))
celebrada el día veintidós de junio bajo su
presidencia, nombró nuevo juez delegado a
Molinari. Y para Postulador, don Miguel Rúa llamó
a don Domingo Belmonte, Prefecto general de la Pía
Sociedad.
Así se continuó durante. dos años, hasta que
murió Molinari y renunciaron Gazzelli y Ramello;
en consecuencia el 9 de noviembre de 1893 el nuevo
arzobispo, monseñor David de los Condes Riccardi,
nombró juez delegado al canónigo Morozzo della
Rocca y juez adjunto al teólogo Alasia.
El examen de los testimonios fue largo y
laborioso. Las infinitas vicisitudes sufridas por
don Bosco durante su vida y sus múltiples
relaciones imponían numerosas y complicadas
averiguaciones; no hay que extrañarse, por tanto,
si este proceso duró casi siete años, hasta que el
día 1.° de abril de 1897 se cerró en el Oratorio
Salesiano bajo la presidencia de monseñor
Riccardi. Recordando este trabajo de siete años,
escribía don Miguel Rúa en su circular del 8 de
agosto de 1907: <(**Es19.48**))
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