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XIX
Un encuentro con don Bosco en el
tren
Lo contaba así el reverendo Damé, de los Padres
de la Misión, como lo refiere uno de los
religiosos, el señor Ricardo Bona, en una carta a
don Pedro Berruti, Prefecto General de la Sociedad
Salesiana (Turín, 15 de diciembre de 1938):
Habíamos salido juntos de la estación de Puerta
Nueva hacia Génova, sin conocernos mutuamente: el
departamento, lleno de gente, no nos había
permitido intercambian más palabras que las de
ocasión entre compañeros de viaje.
Después de pasar Giovi, nos quedamos los dos
solos; entonces aquel sacerdote, que había estado
hasta entonces rezando y hojeando libros, me
dirigió la palabra y empezamos una alegre y
amigable conversación. Quiso después saber si yo
era de Turín (por el hábito había conocido que era
un sacerdote de la Misión, de S. Vicente de Paúl);
si conocía las obras de don Bosco, qué pensaba de
ellas, qué reputación gozaba entre nosotros con
sus muchachos, etc. etc. Le respondí que, para mí,
don Bosco era ciertamente un santo sacerdote; que
admiraba su obra en favor de los muchachos; que su
paciencia me recordaba la del divino Salvador que
tenía predilección por los pequeños y los
pobres... Cosas que evidentemente llegaban al
corazón y le hacían insistir en querer saber mis
sentimientos sobre su obra. -Pero >>no ha oído
decir, concluyó él, que es un pesado, que anda
siempre en busca de dineros, que aparta a la
juventud ((**It19.452**)) de las
parroquias y de las familias? -Pero mientras yo le
decía que todas las novedades, aunque fueran
buenas, siempre encuentran censores fáciles; que
no hay nada perfecto más que en el cielo; que
también el Cottolengo exclamaba para consolarse:
-Hay que hacer el bien y dejar que digan lo que
digan, llegó el tren a la estación de San Pier
d'Arena. Mi interlocutor se puso entonces en pie y
tomándome amigablemente por la nariz hizo como
quien tiraba de ella, diciendo: -íHable siempre
bien de don Bosco! Si hubiese hablado mal le
habría tirado de la nariz hasta hacérsela llegar
aquí. -Y señalaba hasta el pecho. Mientras tanto,
los muchachos que le esperaban en el andén,
juntamente con don Pablo Albera, al reconocerle,
empezaron a gritar: -íDon Bosco! íDon Bosco! -y se
precipitaron hacia él. Nos estrechamos
amigablemente las manos. No sé qué impresión le
causaría: yo debo confesar que me confirmé una vez
más en el concepto que de él tenía, de que era un
hombre santo y de extraordinaria habilidad.
XX
Sobre las dos audiencias de don Bosco a Víctor
Hugo en el año 1883
Hemos hablado extensamente de ello en el vol.
XVI, pág. 137-143. La señora Lesclide, esposa del
secretario de Víctor Hugo, negó el hecho en una
carta publicada por el Boletín francés en mayo de
1935. El asuncionista David Lathour, en una breve
biografía que escribió (<>. París, La Bonne Presse)
hace algunas observaciones que quitan todo valor a
dicha carta.
Una de las causas que empujaron al poeta a
visitar a don Bosco debió ser la sacudida sufrida
con la muerte de su compañera Julieta Drouet (M.
B. XVI,
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