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de hacer un milagro. -Y me eché a correr
velozmente. Como no oía tras de mí los pasos del
compañero, me volví hacia atrás, maravillado de
que no viniese.
Llegué, pues, a la sacristía; diré mejor, a la
antesacristía, donde normalmente se sentaba don
Bosco a confesar. Estaba él rodeado de un grupo de
señores y señoras y caminaba despacio hacia la
sacristía propiamente dicha. Casi mecánicamente me
añadí al grupo y me encaminé con aquellas
personas; y he aquí que también esta vez, sin
saber cómo, me encontré precisamente al ladito
izquierdo de don Bosco, entre todas aquellas
personas con las que llegué hasta el centro de la
sacristía.
De repente, oímos detrás de nosotros un fuerte
ruido, después grandes voces. Se adelantaba una
pobre mujer, acompañando a una muchachita de unos
diez o doce años, que tenía un brazo paralizado.
Cuando la madre llegó delante de don Bosco,
presentó a la niña, se echó a sus pies y suplicóle
con lágrimas: -Don Bosco, cúreme a esta hija mía
que no puede mover el brazo; cúremela. -Don Bosco,
con la máxima naturalidad y con un tono sencillo,
se volvió hacia la muchacha y le dijo:
-Bien, bien. Mira, haz así. Haz la señal de la
cruz.
-No puede, interrumpió la madre gritando; no
puede hacerla. Tiene malo el brazo y no puede
moverlo.
-No, hija, no, replicó don Bosco con la misma
calma. Haz la señal de la cruz como te digo.
Y la pobre madre quería explicar otra vez que
la pobrecita no podía hacerla. Don Bosco replicó
de nuevo:
-íAsí, así! -E indicando con gestos a la madre
que estuviera tranquila y callada, invitaba a la
niña a hacer la señal de la cruz.
En aquel instante dirigí la mirada a don Bosco
y vi que su rostro se transformaba, adquiría un
color especial, que yo no sabría definir de ningún
modo. Parecía divinizado. Bendijo a la niña y
ésta, sin el menor esfuerzo, hizo a la vez una
amplia señal de la cruz. La madre estaba fuera de
sí por la emoción y aquellos señores miraban
aterrorizados. Don Bosco se dirigió entonces a la
madre y le dijo: -Ahora vayan a la iglesia y recen
tres padrenuestros, avemarías y glorias al
Santísimo Sacramento y una Salve a María
Auxiliadora, en agradecimiento por la gracia que
les han concedido. -Inmediatamente después, salió
con aquellos señores de la sacristía. Era el día
de la fiesta de María Auxiliadora, durante el
tiempo del recreo de después del desayuno.
((**It19.446**)) Al
salir, con las fuertes impresiones de todo lo que
había presenciado, me figuraba oír gritar por
todas partes ímilagro, milagro! Pero nadie resolló
y yo no pensé más en ello. Posteriormente busqué
en las diversas obras que hablan de don Bosco a
ver si se mencionaba aquel suceso; pero tampoco he
encontrado nada sobre el particular. He leído
algún otro hecho prodigioso, análogo al que yo vi,
pero no era el mismo, puesto que todas las
circunstancias eran muy distintas.
Y lo que resulta más increíble es que yo nunca
más pensé en preguntar a mi compañero porqué él no
fue, ni tampoco le conté lo que sucedió. Pero todo
ello es real y no se me ha olvidado ningún
detalle.
XII
Don Bosco lee en la conciencia
Francisco Alpi, que fue alumno en el colegio de
S. Juan Evangelista, después enfermero en el
Oratorio y últimamente maestro en Pagno (Saluzzo)
contó a don
(**Es19.368**))
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