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((**Es19.367**) ->>Que ve poco?, repliqué yo. Entonces, >>cómo se entiende que el día en el patio, estando yo lejos de usted, me lanzó una mirada fortísima, llena de luz, penetrante como un rayo de sol? ((**It19.444**)) -íMira! Vosotros pensáis y enseguida veis no sé yo qué cosas... cosas grandes, extraordinarias, donde no hay absolutamente nada. Y así, terminado aquello, empezamos a hablar de nuestras cosas. Pero he aquí ahora la cuestión de la mirada. Un día me encontraba yo en el patio jugando. Según costumbre, estaba totalmente entregado al juego. A cierto punto, me hallaba momentáneamente parado, cuando oí unas voces fuertes de los muchachos. Me volví y descubrí lejos a don Bosco, cercado de un gran número de muchachos. Eran muchos, un grupo apretado, como sucedía siempre que don Bosco bajaba al patio, y hablaban todos fuerte y alegremente con él. Yo, que estaba en mi juego, no quería acercarme. Estando así en una situación de incertidumbre, volví de nuevo los ojos hacia el grupo en medio del cual se encontraba don Bosco y quedé improvisamente herido por un rayo luminoso que venía desde su ojo hasta mí. No sé cómo describir aquel rayo. Estaba al menos a treinta pasos de don Bosco, no estaba frente a él, sino un poco en ángulo, y don Bosco se hallaba cercado por los muchachos, a muchos de los cuales los tenía agarrados de la mano. Tengo aún presente la escena, con tal precisión como si me hubiera sucedido ayer mismo. Digo que era un rayo luminoso como un rubí resplandeciente, como un diamante, algo incomparable, semejante a la luz del rayo. Ante aquella mirada quedé encantado e inconscientemente me acerqué al grupo. Al llegar a él, sin buscar abrirme paso y sin acercarme, me encontré preso en las manos de don Bosco, el cual, después, teniéndome agarrado y sin decirme nada, siguió paseando. No me miró, no me dijo nada y cuando acabó la conversación, me despedí como los demás y no conté nunca a nadie lo que entonces vi. XI Una curación prodigiosa Es siempre el mismo don Pedro Fracchia quien cuenta: Un día asistía yo en el patio a una partida de frontón. Se celebraba un desafío entre estudiantes y aprendices, superiores, clérigos 1, jefes de taller y sustitutos. Yo no jugaba aquel día, pero, como buen jugador o hincha como ahora se diría, tomaba parte viva en la marcha de la partida. Se encontraba a mi lado un clérigo, compañero mío; no podría asegurar con precisión, pero estoy casi seguro de que era el clérigo Bonavía 2. Mientras estaba totalmente absorto en el juego y no pensaba en otra cosa, ((**It19.445**)) sentí claramente en mi oído estas palabras: -Ve a la sacristía, donde está don Bosco a punto de hacer un milagro. -Me volví y no vi a mi lado a nadie más que a mi compañero clérigo. Olvidándome sin más del juego y del patio, di un fuerte golpe en las espaldas al clérigo, diciendo: -Vamos a la sacristía, que don Bosco está a punto 1 Entonces estaban en el Oratorio los clérigos novicios y estudiantes. 2 Don Juvenal Bonavía, santo y culto salesiano, que murió en la casa de Battersea en Londres. (**Es19.367**))
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