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jugar con los niños, participaba en las comidas de
la familia y sabía comportarse, lo mismo en la
mesa que en el salón, como una persona fina y
distinguida. Hay que poseer un tacto especial y
una singular inteligencia para saberse comportar
en un ambiente y en una sociedad en la que no se
ha nacido; la mediocridad difícilmente lo obtiene,
y siempre tiene el aire de que hace un esfuerzo.
Un día se le presentó una chiquita de tres años
que no quería rezar el Padrenuestro por entero,
sino que al llegar a la segunda parte danos hoy
nuestro pan de cada día, se paró y no hubo manera
de que siguiese. Don Bosco, sin reprender a la
niña, tesonera mas sin llorar, porque su orgullo
no se lo permitía, le dijo sencillamente y con
dulzura: -Pide al Señor el pan, y ya verás
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él tendrá la bondad de enviarte también dulces y
chocolate. -Desde aquel día la chiquita rezó el
Padrenuestro hasta el final.
Dieciocho años más tarde, aquella chiquita, ya
una moza, pidió al buen sacerdote su opinión sobre
cierto joven que le había sido presentado.
Cerrando los ojos y recogiéndose en sí mismo, dijo
sencillamente: -No le conozco personalmente, pero
sé que tiene una alma hermosa. -Esta opinión me
bastó y efectivamente encontré una alma bella en
aquel que, tres meses más tarde, fue mi marido.
Pero el consejero no olvidó a la pequeña
testaruda, al verla hecha una joven, y le dijo con
graciosa malicia: -Ahora que ya sabe decir tan
bien todo el Padrenuestro, ya ve cómo el Señor le
ha enviado el chocolate y los pasteles. Es
preciso, por tanto, que se acuerde de los pobres,
a los cuales no les da más que pan a secas.
X
El ojo de don Bosco
Entresacamos de una relación de don Luis
Terrone, que envió por escrito una larga
conversación tenida el 1.° de noviembre de 1937 en
el colegio salesiano de Turín con don Pedro
Fracchia. Es él mismo quien habla del tiempo en
que era alumno del Oratorio.
Un día, yendo a ver a don Bosco, me encontré
con don Joaquín Berto, el cual me anunció: -Está
aquí Fracchia. -Y don Bosco dijo en alta voz:
-Adelante, Fracchia, que quiere conservarse
siempre <> (sin mancha).
Estaba don Bosco escribiendo, y yo me senté a
su lado. Observaba atentamente cierto movimiento
que él hacía al escribir: giraba lentamente la
cabeza de izquierda a derecha, acompañando y
siguiendo la dirección de la pluma hacia el fin de
la hoja. Yo no comprendía por qué. Pensé entonces
preguntárselo, dada la gran confianza que me
dispensaba. Así que, cuando dejó la pluma, y apoyó
sus manos, una sobre otra, contra el pecho, como
acostumbraba, le miré sonriendo y después, con
toda libertad y sencillez, le dije:
->>Me permite, don Bosco, que le pregunte una
cosa?
-Dime, dime, amigo Pedro.
->>Por qué mientras escribía, con la cabeza
baja, se volvía hacia la derecha y acompañaba la
pluma?
Don Bosco sonriendo respondió:
-La razón es ésta. Mira: don Bosco no ve con
este ojo, y con este otro poco, poco, poco.
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