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((**Es19.348**) Misa. En el Credo ha preferido el compositor atenerse a un plan más simple. Casi parece que se haya propuesto establecer un poco de tregua a las elegancias estilísticas anteriores. Abandona el arranque melódico de la canción del Beato don Bosco para dar paso al tema gregoriano presentado por el órgano desde el principio, por fragmentos. Algunas frases monódicas pasan sucesivamente de los bajos a los tenores y a los contraltos. El estilo, como ya se ha dicho, parece aquí más simple; el desarrollo es igual, y uno y otro fluyen entre modulaciones modales que no presentan nada especial. El Et incarnatus, propuesto con frase penetrante por el bajo, está alternado con respuestas homófonas y quedas del coro. Al Crucifixus se asoman los cuatro solistas, pero después al Resurrexit vuelve de nuevo el coro con todo su vigor extendiéndose en una amplia sonoridad que se termina felizmente al Cuius regni non erit finis. Aquí, se vuelve a oír, por fragmentos, el tema gregoriano del Credo in unum Deum presentado por el órgano lo mismo que al principio. En un crescendo progresivo se llega después al unísono del Et unam sanctam catholicam y del Confiteor unum baptisma sobre el que imprimen un carácter de severa majestad los amplios acordes del órgano. Y henos ya al fin: en el Et vitam venturi saeculi otra vez se presenta por entero el tema del Credo con una alegría sonora muy elocuente. Los ocho compases, que repiten la conocida melodía gregoriana, ((**It19.423**)) sencillos, pero incisivos, van seguidos de un Amen no menos imponente y eficaz. Pero lo hemos dicho: el Credo, con el estilo y el desarrollo empleados por el compositor en las dos primeras partes de la Misa, no representa, a nuestro parecer, más que un paréntesis. Al llegar al Sanctus, el maestro Pagella vuelve a la precedente arquitectura: la del Kyrie y la del Gloria. Desde el principio se oye de nuevo el tema de la canción del Beato. Primero el órgano. Las voces, al principio, no son cuatro sino ocho divididas en dos grupos (solistas y coro), tratadas con verdadera maestría polifónica. Al Pleni sunt caeli et terra, suena la melodía resonante y penetrante con un unísono vigoroso. A continuación llega el Hosanna construido sobre dos temas diversos superpuestos: temas que después se funden recíprocamente uno en otro para dar paso a un ir disminuyendo vocal colorido con mucha sencillez y calma. Sobre esta disminución se introduce en cambio, progresando hacia arriba, un dibujo melódico del órgano a una sola voz y que sube por grados hasta cerrarse en un sereno acorde lejano. El Benedictus, propuesto por el tenor y proseguido por el bajo, es sostenido suavemente por el coro dentro de una línea homófona, sobria, pero expresiva. Vuelve después el Hosanna idéntico al primero, en el cual, en una escala de colores sonora y vibrante, se vuelven a oír las voces de los bajos resonando con una nota aguda, que permanece fija como para sostener a los sopranos en el quiebro que dibujan con un adorno que se presenta como un vuelo hacia los cielos azules y los espacios infinitos de la eternidad. En el Agnus Dei se vuelve al estilo más sencillo. Las voces del coro, alternativamente, con una tranquila progresión, se insinúan poco a poco abriendo paso a una quinta voz de contralto solo, que canta melódicamente hasta la imploración del Miserere nobis, dando lugar, después, a un bajo, y luego a un soprano. Por último, se adelanta de nuevo la polifonía, tejida magistralmente por las cuatro voces, hasta que, sobre las notas sostenidas por el coro, como un elegíaco recuerdo, tranquila y solemne, repetida por los trombones con sordina, vuelve a oírse la frasecita que acerca de nuevo nuestro espíritu orante y suplicante a aquel que ya se mueve en los cielos de la vida inmortal junto al trono del Eterno. (**Es19.348**))
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