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Misa. En el Credo ha preferido el compositor
atenerse a un plan más simple. Casi parece que se
haya propuesto establecer un poco de tregua a las
elegancias estilísticas anteriores. Abandona el
arranque melódico de la canción del Beato don
Bosco para dar paso al tema gregoriano presentado
por el órgano desde el principio, por fragmentos.
Algunas frases monódicas pasan sucesivamente de
los bajos a los tenores y a los contraltos. El
estilo, como ya se ha dicho, parece aquí más
simple; el desarrollo es igual, y uno y otro
fluyen entre modulaciones modales que no presentan
nada especial.
El Et incarnatus, propuesto con frase
penetrante por el bajo, está alternado con
respuestas homófonas y quedas del coro. Al
Crucifixus se asoman los cuatro solistas, pero
después al Resurrexit vuelve de nuevo el coro con
todo su vigor extendiéndose en una amplia
sonoridad que se termina felizmente al Cuius regni
non erit finis. Aquí, se vuelve a oír, por
fragmentos, el tema gregoriano del Credo in unum
Deum presentado por el órgano lo mismo que al
principio. En un crescendo progresivo se llega
después al unísono del Et unam sanctam catholicam
y del Confiteor unum baptisma sobre el que
imprimen un carácter de severa majestad los
amplios acordes del órgano.
Y henos ya al fin: en el Et vitam venturi
saeculi otra vez se presenta por entero el tema
del Credo con una alegría sonora muy elocuente.
Los ocho compases, que repiten la conocida melodía
gregoriana, ((**It19.423**))
sencillos, pero incisivos, van seguidos de un Amen
no menos imponente y eficaz.
Pero lo hemos dicho: el Credo, con el estilo y
el desarrollo empleados por el compositor en las
dos primeras partes de la Misa, no representa, a
nuestro parecer, más que un paréntesis. Al llegar
al Sanctus, el maestro Pagella vuelve a la
precedente arquitectura: la del Kyrie y la del
Gloria. Desde el principio se oye de nuevo el tema
de la canción del Beato. Primero el órgano. Las
voces, al principio, no son cuatro sino ocho
divididas en dos grupos (solistas y coro),
tratadas con verdadera maestría polifónica. Al
Pleni sunt caeli et terra, suena la melodía
resonante y penetrante con un unísono vigoroso. A
continuación llega el Hosanna construido sobre dos
temas diversos superpuestos: temas que después se
funden recíprocamente uno en otro para dar paso a
un ir disminuyendo vocal colorido con mucha
sencillez y calma. Sobre esta disminución se
introduce en cambio, progresando hacia arriba, un
dibujo melódico del órgano a una sola voz y que
sube por grados hasta cerrarse en un sereno acorde
lejano.
El Benedictus, propuesto por el tenor y
proseguido por el bajo, es sostenido suavemente
por el coro dentro de una línea homófona, sobria,
pero expresiva. Vuelve después el Hosanna idéntico
al primero, en el cual, en una escala de colores
sonora y vibrante, se vuelven a oír las voces de
los bajos resonando con una nota aguda, que
permanece fija como para sostener a los sopranos
en el quiebro que dibujan con un adorno que se
presenta como un vuelo hacia los cielos azules y
los espacios infinitos de la eternidad.
En el Agnus Dei se vuelve al estilo más
sencillo. Las voces del coro, alternativamente,
con una tranquila progresión, se insinúan poco a
poco abriendo paso a una quinta voz de contralto
solo, que canta melódicamente hasta la imploración
del Miserere nobis, dando lugar, después, a un
bajo, y luego a un soprano. Por último, se
adelanta de nuevo la polifonía, tejida
magistralmente por las cuatro voces, hasta que,
sobre las notas sostenidas por el coro, como un
elegíaco recuerdo, tranquila y solemne, repetida
por los trombones con sordina, vuelve a oírse la
frasecita que acerca de nuevo nuestro espíritu
orante y suplicante a aquel que ya se mueve en los
cielos de la vida inmortal junto al trono del
Eterno.
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