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Sirviéndose de un fragmento de sólo cuatro
compases, presenta él en su nueva Missa el tema
escogido, con todos los recursos de la armonía
moderna, pero con la forma sentida ejemplar que
quiere, exige e impone el carácter de la
composición que, sobre todo, debe ser litúrgica.
La introducción de los dos trombones que, en el
primero y en el tercer Kyrie, en la conclusión del
Gloria y en el último Agnus Dei, se superponen al
órgano haciendo resonar la melodía del Beato don
Bosco, alcanza unos resultados penetrantes y,
diríamos, conmovedores.
Imaginamos que muchos de los que conocían la
cancioncilla del Beato Padre don Bosco, al volver
a oírla envuelta con tan rica y nueva vestidura,
habrán experimentado una viva y profunda emoción.
Y ahora, permítasenos una breve, pero
concienzuda crítica del precioso trabajo.
Las voces se mueven, en esta Missa XIX, dentro
de una perfecta polifonía coral, de carácter
imitativo, mientras el órgano, a su vez y con
superioridad, se mantiene independiente del coro,
alcanzando un grado de explosión totalmente
especial y creando, con riqueza de detalles, un
conjunto acústico instrumental rico y variado,
tanto por la armonización como por los mismos
timbres.
Al acabar el primer Kyrie, como ya se ha dicho,
se presenta por entero el tema fundamental. Le
sigue el solo del Christe alternado entre sopranos
y tenores, superpuesto al coro con una
fragmentación temática que después se acerca de
nuevo y se intensifica distribuyéndose entre las
cuatro voces de los solistas. Vuelve después el
movimiento del primer Kyrie en una escala más
aguda sostenido por una base armónico-cromática
rica de color, muy vigorosa y casi fascinante. Al
final, el tema principal, el de la cancioncilla de
don Bosco, reaparece también, en un grado más
alto, con toda la sonoridad que se puede conseguir
por el órgano con la trompetería reunida y doblada
con la octava. Y con el tema del Beato don Bosco
se inicia también el Gloria, para el canto de
alegría del Et in terra pax!
Las armonías que brotan del órgano al Laudamus
Te son de una modernidad insinuante, apropiada y
eficaz.
Se podría recordar, precisando, la atmósfera
que envuelve ((**It19.422**)) estos
trozos, antes y después del Gratias, pero no
quisiéramos ser mal entendidos; por tanto fijamos
nuestra atención sobre la nueva aparición, bajo
diversos aires, del tema principal como es
presentado por el órgano dos compases antes del
Domine fili. El salto de cuarta en el arranque de
la cancioncilla de don Bosco, ofrece ciertamente
recursos de los que se sirve Pagella como maestro
que es.
La forma melódica puesta en octava por las
voces viriles y las de los niños, como en el Qui
sedes y en el Quoniam, presenta momentos de vivo
interés, aun para aquellos que sienten la
modernidad del arte y lo admiten también en la
música sagrada.
Es más, diremos que en este punto aletea el
espíritu del gran César Franck de las Beatitudini.
El Cum Sancto, siempre sobre el tema del Beato,
se desarrolla sobre una fuga tonal construida
según una tradición que quizás alguno pueda tildar
de escolástica, pero que nosotros consideramos en
su sitio, porque con el doble pedal del órgano en
la quinta del tono fundamental, y con el ritmo del
tema principal por entero, resonado por la
trompetería, corona poderosamente el precioso
cuadro, que se ofrece al oyente lleno de
intensidad sonora y colorista. Las voces bien
tratadas, alguna vez quizá, especialmente en los
sopranos, elevados a un grado de agudeza un tanto
arriesgado, pero admisible cuando se puede
disponer de un grupo coral bien nutrido y seguro,
contribuyen a hacer variado y movido el cierre de
la segunda parte de esta
(**Es19.347**))
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