((**Es19.337**)
Rector), cuando, repito, estaba escribiendo lo que
antecede, vino un día a visitarme el Padre
Rostagno, jesuita, célebre profesor de derecho
canónico en Bélgica (creo que en Lovaina), el
cual, se había enterado no sé cómo, de que me
ocupaba del <> de Ballerini y que estaba
escribiendo algo para acompañar al mismo Ensayo.
Entonces me aproveché de él para aconsejarme e
iluminarme; me dio sugerencias especiales y
alientos; hasta añadió él algún concepto, que yo
recompuse según mi estilo. Por tanto, si pequé,
fue con la complicidad de dos ilustres jesuitas,
el Padre Antonio Ballerini y el Padre Rostagno.
Otro opúsculo que fue reproducido por un
periódico, me parece que el Conciliatore, cuyo
director era el teólogo colegiado (por la
Universidad) Lorenzo Gastaldi, y no recuerdo ahora
el título preciso del opúsculo, fue compilado por
el citado profesor Anfossi; y yo sólo añadí notas
al pie de página. Otro opúsculo, que se refiere a
la cuestión de Chieri, tenida entre el salesiano
Bonetti por una parte, y el párroco de la
colegiata de Chieri (Oddenino) y Mons. Gastaldi
por otra, sólo lo conocí cuando salió a la luz.
Pensaba yo que podía haberlo escrito el mismo don
Juan Bonetti; pero más tarde me aseguró una
persona fidedigna que puede saberlo, ((**It19.410**)) que
don Juan Bonetti no era ciertamente el autor, sino
otro, ajeno al oratorio Salesiano; no sé quién
pudo ser el escritor.
Después de las publicaciones indicadas, se me
decía que en Roma esperaban todavía más y que
sentían se acabaran. El Padre Ballerini tenía
preparado algo más para terminar su <>; y
me parece que también el Padre Rostagno insistía
para otras publicaciones. Pero, estando yo muy
ocupado con mis queridos ciegos, y pareciéndome
que ya eran suficientes las publicaciones hechas
para dar a conocer en Turín y en Roma hombres y
cosas y males, a fin de que se proveyese a todo,
ya no pensé en escribir más y así se puso punto
final.
Para mí es innegable que los opúsculos hicieron
su bien; ya que Mons. Gastaldi se frenó, si no del
todo, al menos en parte. Roma, donde ya se
pensaba, y diría que era voz común, hacer Cardenal
a Gastaldi y llamarlo para algún cargo, conoció
mejor la clase de hombre que era. Mientras tanto,
él comprendió que había hecho mal en acabar con el
Convitto Ecclesiastico (la Residencia Sacerdotal)
para el estudio de la Moral, y buscó la forma de
darle vida de nuevo y hoy está floreciente. El
cardenal Alimonda, que le sucedió, puso todo en
paz; y creo yo que los opúsculos contribuyeron un
poquito para enviar como arzobispo de Turín al
cardenal Alimonda, bajo cuyo mandato y por su
impulso se comenzó el proceso de beatificación de
don Bosco, y bajo el cual lo que antes era una
culpa en don Bosco, se convirtió en benemerencia y
motivo de elogios. Volvió la paz al clero turinés,
algún miembro del cual entendió que había hecho
mal empujando a Mons. Gastaldi con sus consejos,
y, creo que, más por convicción que por
oportunismo, abandonó el sistema anterior y se
convirtió piadosamente en hombre de bien. Chiuso y
Marcelino todavía están; pero son objeto de
desprecio; y sirven mientras tanto de desagradable
comentario sobre lo que hacían hacer a Mons.
Gastaldi, que desgraciadamente no era un conocedor
de hombres. La Congregación Salesiana, tan
admirable y benemérita, de aborrecida que era,
pasó a ser objeto de singular afecto y distinción
por parte del gran León XIII, a quien Dios guarde
ad multos annos. El excelente y piadoso teólogo
Bertagna, otro de los perseguidos, que había
tenido que refugiarse en Asti, donde le nombraron
Vicario General, fue llamado de nuevo a Turín por
el cardenal Alimonda, que lo quiso como Obispo
Auxiliar, y ahora, a más de ser Rector Magnífico
del Seminario Metropolitano y de los otros cuatro
Seminarios (Regio Parco de Turín, Chieri, Bra y
Giaveno), fue puesto de nuevo al frente de las
conferencias de Moral para el clero joven. La
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