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tantos estudiantes y aprendices como tenía en su
Oratorio, en sus colegios y en las misiones: añadí
que le creía incluso incapaz de tratar temas
filosóficos como se trataban en uno de los
opúsculos; y tuve el valor y la audacia de
decirle, dado que había sido condiscípulo mío
durante los estudios de moral: -Mira: don Bosco es
un coloso tal que os íaplasta a todos!
El canónigo Chiuso, sorprendido, me dijo:
-Entonces tú sabes quién es el autor. -No,
respondí, pero sospecho de alguien -que por
delicadeza no osé nombrar. Era el P. Rostagno S.
I., con quien conversaba cuando lo encontraba
camino de la oficina; y aunque él sabía muy bien
quién era yo, sin embargo un día le oí exclamar:
-íAh, le arreglaremos a vuestro Arzobispo!
El canónigo Chiuso, al ver que yo no soltaba
prenda, me envió al canónigo Colomiatti, el cual
me repitió la misma invitación o mandato. Le
respetí las razones manifestadas al canónigo
Chiuso, pero omitiendo mi juicio sobre el coloso.
Entonces él, con aire de seguridad, dijo: ->>Y si
le condenáramos? -Entonces, repuse, me inclinaré
ante la sentencia, debiendo suponer que hayan
tenido tantas pruebas, tan claras y seguras, que
haya habido que condenarle. -Al llegar a este
punto, tomó él en mano toda una voluminosa carpeta
(imagino que contendría las deposiciones de los
testigos ya interrogados) y mostrándomela,
sentenció: ->>Ve usted? íNo haremos el proceso de
don Bosco, como lo hemos hecho para Cottolengo!
Firmé la demanda ya preparada para proceder
contra don Bosco... parcat mihi Deus! íEra la
época del autoritarismo y del ultraautoritarismo,
por no decir otra cosa!
Desde el momento en que me atreví a tomar la
defensa de don Bosco, me vi tolerado en la Curia.
El Arzobispo, sin aludir a cuanto había pasado, me
informó poco después de que estaba vacante la
parroquia de Aglié (del patronato de S. A. el
Duque de Génova) y me dijo que haría bien si la
aceptaba: me instó a ello más tarde con fervor, y
respondí que me resultaba doloroso abandonar la
diócesis en la que había nacido. Poco tiempo
después me ofreció la parroquia de S. Mauricio, en
la diócesis de Turín. Me vi obligado aceptarla,
pero mientras me preparaba para el examen, el
Marqués Doria, que era el patrono, fue al
Arzobispo y le presentó al Sacerdote que quería
nombrar...
((**It19.403**)) En
aquel tiempo los Sacerdotes del Corpus Christi,
que sabían mi molesta situación, me aceptaron en
su Congregación y, cuatro años más tarde, los
Canónigos de la Catedral me llamaron a su lado.
Puede que alguno me haga cargo de por qué,
siendo Promotor fiscal, no haya citado en el
proceso informativo como testigos de oficio, a los
canónigos Chiuso y Colomiatti. Esa era mi
intención. Y en efecto me presenté al arzobispo
David Riccardi y le expuse la cuestión. Pero él,
con su rápido talante, me repuso: -El canónigo
Chiuso está liquidado (había sido privado del
canonicato). >>El canónigo Colomiatti? >>Y qué
sabe él de don Bosco? -E hizo un gesto que
interpreté como que podía citar a otros. Y cité a
tres: al teólogo Bongiovanni, al canónigo Corno y
al canónigo Berrone.
No cité al canónigo Colomiatti, además, porque
la Curia había sido obligada a retirar el proceso
intentado contra don Bosco; además, el testigo
reverendo Turchi, después de su deposición,
presentó al Tribunal un pliego sellado, para que
fuera enviado al Cardenal Prefecto de la S.
Congregación, y se comprendió que él se declaraba
autor de los referidos opúsculos; y con eso
quedaba desvanecida la acusación de que fuese don
Bosco el autor, acusación de la que se había hecho
acérrimo defensor el canónigo Colomiatti.
(**Es19.331**))
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