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Durante cuatro días se celebraron pontificales
solemnes con predicación de los Obispos ante
imponentes masas de fieles, llegados en
peregrinación desde lejanos lugares. El día diez
se reservó totalmente a las Hijas de María
Auxiliadora, las cuales habían contribuido con
celo y generosidad a proporcionar medios
económicos para la empresa. Llenaron la iglesia
con sus alumnas y oratorianas y realizaron
exquisitas interpretaciones musicales. El día once
fue un día de acción de gracias a Dios y a la
Virgen Santísima por la incalculable cantidad de
gracias obtenidas durante el curso de setenta
años. Se clausuraron los festejos el domingo día
doce, precedido de una fervorosa adoración
nocturna. Desde media noche hasta las once de la
mañana, no cesaron las comuniones, distribuidas en
diversos altares. La iglesia y el Oratorio se
vieron atestados de gente ((**It19.381**)) de la
mañana a la noche; un río ininterrumpido de
visitantes pasó por las habitaciones de don Bosco.
Se había trasladado la procesión de María
Auxiliadora al día doce.
Desenvolvióse ésta a lo largo del recorrido, con
devoción y brillantez, entre compactas hileras de
gente del pueblo. íCuántas manifestaciones de fe y
de piedad podían contemplarse al paso de la
imagen! Delante de ella avanzaban, además de los
seis obispos ya nombrados, el Nuncio Apostólico de
Bolivia, monseñor Lunardi, otros dos obispos
salesianos, monseñor Sosa de S. Miguel en
Venezuela y monseñor Munerati de Volterra y los
Obispos piamonteses Soracco de Fossano, Rosso de
Cúneo, Imberti de Aosta, Grassi de Alba, Ugliengo
de Susa y Del Ponte de Acqui; a continuación iban
los dos purpurados. Una inmensa multitud recibió
la bendición con el Santísimo, impartida por el
Arzobispo dentro y fuera de la basílica. Hasta muy
entrada la noche un hormiguero de gente llenaba el
ambiente. Ya muy tarde se apagó la iluminación de
la fachada y de la cúpula mayor y solamente quedó
brillando en los aires la corona de lamparillas
formando aureola a la cabeza de la estatua de la
Virgen, que parecía saludar desde lo alto y
acompañar con mirada maternal a la multitud que se
alejaba.
Las fiestas del cincuentenario serán memorables
en la historia del santuario, porque señalaron el
principio de una nueva fase, la de las
peregrinaciones. Llegan de todas partes y con
frecuencia extraordinaria. Muchas veces los
peregrinos procedentes de un mismo lugar pasan del
millar; algunos presididos por Obispos y hasta por
Cardenales. Se experimenta cada vez más la
conveniencia de organizar estos movimientos
colectivos, de modo que se sucedan sin estorbarse
unos a otros en el lugar y que además encuentren a
la llegada y durante su permanencia todo lo
necesario espiritual y materialmente. La profecía
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