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((**Es19.313**)del espacio que va desde la actual balaustrada hasta la sacristía. La sutil pantalla no ensordecía el ruido de los golpes que retumbaban por toda la iglesia perturbando la oración de los fieles y el ejercicio de los ministerios sacerdotales. Finalmente todo indicaba que iba a volver al querido templo la mística paz de antes. Sin embargo, la limpieza total de escombros no acabó hasta el día ocho de junio; pero las puertas estuvieron cerradas dos días para acabar los últimos arreglos y cumplir la delicada operación de trasladar los restos del Santo desde la antigua a la nueva urna. Los primeros en ver la basílica renovada fueron los muchachos internos del Oratorio, que se reunieron en ella el día ocho por la noche para rezar las oraciones. A medida que iban entrando, quedaban encantados ante el espectáculo. Con el centelleo constante de las luces brillaban los mármoles multicolores de los dos altares, de las paredes de alrededor, de las capillas y de las galerías; las dos cúpulas iluminadas por lámparas ocultas, parecían inundadas de luz. Después de las <> de don Pedro Ricaldone, se adelantaron todos ordenadamente hacia el altar de don Bosco, donde, desfilando por el pasillo, veneraron de cerca la bendita reliquia. Al alba del día nueve empezó el entrar y salir interminable de la multitud, mientras se hacían los últimos preparativos para una función original. ((**It19.380**)) Se habían reunido en Turín casi todos los Obispos salesianos de Italia; habían acudido también el cardenal Hlond y el salesiano Obispo de Shillong en Assam (India), monseñor Esteban Ferrando. Estos, siguiendo los interesantes detalles del rito, hicieron a la vez la consagración de los altares. Resultaron imponentes las consagraciones del altar mayor, realizada por el Cardenal Arzobispo, y la del altar de don Bosco, reservada para el Cardenal salesiano. El arzobispo Félix Guerra consagró un altar muy bonito, del que todavía no hemos hablado. Se halla éste en la cripta, bajo la sacristía, en la parte del altar de don Bosco, y está dedicado a San Pedro. No debía desaparecer de la basílica el testimonio de la devoción al Vicario de Jesucristo que don Bosco había tenido y que había querido perpetuar erigiendo un altar al Príncipe de los Apóstoles, en el cual solía él celebrar el santo sacrificio. Cinco de los altares superiores (el sexto, el del Beato Cafasso, sólo podía ser bendecido), dedicados a S. José, al Cottolengo, a Jesús Crucificado, a los tres Santos Mártires turineses de la legión tebea, a S. Pío V y al Angel Custodio, tuvieron la consagración respectivamente por los obispos Emanuel, Ferrando, Rótolo, Coppo y Olivares. Cumplido el rito, cada consagrante celebró en su propio altar. (**Es19.313**))
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