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((**Es19.309**) ventanal de la izquierda, Pío IX, en el Vaticano, entrega a don Bosco las Reglas aprobadas de la Sociedad Salesiana; en el de la derecha, Pío XI en la basílica de S. Pedro coloca al Siervo de Dios en el número de los Santos. Basta observar la piadosa expresión de cuantos ininterrumpidamente se detienen ante el altar, para decir que allí el arte ha alcanzado plenamente el nobilísimo fin que del mismo se podía esperar. Era preciso que todo el ambiente, es decir, el resto del sagrado lugar estuviese en armonía con un monumento de tanto valor; de otro modo se habrían recordado los versos de Horacio del borde de púrpura flamante cosido sobre una tela raída. Por eso era necesario, no sólo decorar mejor la iglesia, sino también agrandarla, de modo que tuviese el aspecto y las dimensiones convenientes para un santuario de fama mundial. El culto de San Juan Bosco, popularísimo y extendido, junto al de María Auxiliadora, aumentaba la afluencia de devotos y se preveía que aumentaría sin medida con el andar del tiempo. Se recordaban las palabras del Santo en la primera circular, con la que en 1864 había pedido ayuda a toda Italia para levantar el sagrado edificio. Escribía él entonces: <((**It19.375**)) Esto es precisamente lo que yo mismo contemplo con dolor>>. El mismo sentimiento experimentaron sus dos últimos sucesores don Felipe Rinaldi y don Pedro Ricaldone al ver cómo, en muchas ocasiones resultaba demasiado angosto el lugar para satisfacer convenientemente la piedad de la gente, y sobre todo pensando que la estrechez sería cada vez mayor con el andar del tiempo. De donde nació el atrevido plan de poner manos a la empresa de la ampliación. El problema, arduo por sí mismo, de aumentar la capacidad de un edificio completo en todas sus partes, resultaba más difícil por la limitación de los espacios utilizables y la voluntad de no cambiar el crucero interior, original del arquitecto Spezia, tal y como lo había aprobado don Bosco, y también por la intención de no suprimir la asistencia diaria de los setecientos muchachos internos a las sagradas funciones, como don Bosco había querido. Se superaron tan maravillosamente estas dificultades, que la ampliación, que costó tres años de trabajo, parece hoy no sólo armoniosamente unida al santuario, sino hecha a la par del mismo. En efecto, quien conocía la iglesia y la vuelve a ver al presente queda sorprendido desde el primer momento, porque, después (**Es19.309**))
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