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A continuación se puso la estola Su Eminencia y
bendijo la estatua según el ritual. Otros hermosos
cantos pusieron fin al breve rito; pero el himno
más bonito brotaba de aquellos corazones juveniles
que latían a la vista de su padre elevado a tan
alta gloria. La ceremonia se desenvolvió con tal
rapidez que, cuando la campana de San Pedro tocó
al Angelus, todo había acabado.
La hornacina asignada por el Papa a don Bosco
puede muy bien decirse que es un sitio de honor;
en efecto, no hay ninguna otra en un lugar tan
distinguido. La estatua se levanta allí sobre la
de San Pedro y se destaca sobre el medallón en
mosaico de Pío IX; don Francisco Tomasetti explicó
muy bien lo que ello significa. Los que vivieron
en los últimos años del Santo no podían
contemplarlo allá arriba sin recordar un sueño
suyo, que le oyeron contar siendo niños. Le había
parecido hallarse precisamente dentro de aquella
hornacina sin saber cómo había sucedido aquello.
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Espantado miraba alrededor para pedir socorro;
pero, reinaba un profundo silencio bajo las
bóvedas del templo. Dio entonces un grito, y con
la angustia se despertó. íQuién sabe cuántas
veces, al visitar San Pedro, se había él acercado
a la estatua de bronce del Apóstol, había besado
su pie, y había acercado, como suele hacerse, la
frente hasta tocarlo como signo de humildad y fiel
sumisión al Vicario de Jesucristo!
Nadie, y él menos aún, habría imaginado
entonces qué arcano podía esconderse bajo el velo
del extraño sueño.
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