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Don Bosco preparó y anunció este suceso, cuyo
alcance no es posible prever, pero hay muestras
visibles para creer que ha dado principio a una
nueva historia.
Una sencilla religiosa de Siena (se refiere a
Santa Catalina de Siena) volvió el Papa a Roma; y
un caspesino de Asti (Don Bosco) mantuvo los
contactos con el gobierno del Rey de vuelta en
Roma: es una señal de que nuestro pueblo siente
profundamente la necesidad de esta paz.
El ensalza por igual a Santos y a héroes porque
sabe que su fuerza es debida a la vez a la
voluntad que ejecuta y a la fe que inspira, a la
virtud que redime y al genio que crea.
Quizás nunca fue celebrada con tanto gozo la
proclamación de un Santo, porque nuestra
conciencia no estuvo nunca tan serena ni se le
presentó tan clara la relación entre lo divino y
lo humano en la vida y en la historia.
Hoy la Iglesia, libre de otros cuidados y más
alejada que nunca de la política, se ocupa
únicamente de su misión; hoy el pueblo, superada
toda división y unida toda separación, ha hecho la
paz consigo mismo y camina seguro por su camino.
Por esto se mira hacia Roma desde todas partes
como dispensadora de verdad y maestra de vida.
Inmediatamente después de la conmemoración
civil, vino el triduo, empezado el día veintiséis.
Por disposición del cardenal Schuster se predicó
simultáneamente en setenta iglesias por oradores
elegidos del clero milanés, entre los cuales había
varios obispos y sacerdotes salesianos. Todo ello
llevó o volvió a llevar a los Sacramentos a una
inmensa masa de hombres y mujeres y sirvió de
preparación para la verdadera apoteosis del
domingo veintinueve, cuando se llevó
procesionalmente la reliquia del Santo. También en
Milán se metió la lluvia en el programa; pero
tampoco los milaneses se acobardaron. El magnífico
cortejo, con más de veinte mil personas, desfiló
impertérrito por las calles de la ciudad entre una
multitud de pueblo reverente hasta la Catedral,
donde esperaba en el trono el Arzobispo con el
Cabildo y autoridades. El canto del himno
ambrosiano puso término a la gloriosa jornada. Y
jornadas semejantes, aunque no en la solemnidad,
pero sí en la participación unánime de todo orden
social, se tuvieron en muchísimas otras ciudades
de Italia y del extranjero. Los diversos Boletines
nacionales dieron cuenta de ello, como decíamos,
((**It19.362**)) con
amplitud suficiente para los futuros historiadores
de la Iglesia, que deban narrar los sucesos de
este penoso período.
El movimiento de piedad, de ideas y de obras
que ocasionó la canonización de don Bosco, hizo
sentir universalmente el deseo de que su culto se
extendiera perpetuamente a toda la Iglesia.
Muchísimas diócesis hasta de los más remotos
lugares, enviaron al Papa peticiones en tal
sentido. Por ello se formó una Positio, que se
discutió por la Congregación de Ritos en la sesión
ordinaria del 14 de enero de 1936.
(**Es19.299**))
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