((**Es19.294**)
que cautivaba a los oyentes. Su condición de
exalumno de los Salesianos le sugirió un exordio
de muchísimo efecto. Toda Italia oyó por radio su
discurso: en el Oratorio de Turín se conmovieron
hasta entusiasmarse Superiores y alumnos. Tan
singular documento no debe perderse.
Mis palabras quieren ser ante todo, un acto de
reconocimiento.
En mi primera infancia frecuenté asiduamente el
viejo oratorio salesiano de la calle San Andrés en
Livorno y más tarde fui alumno del ((**It19.355**))
colegio de la Inmaculada en Florencia: eso
confiere a mis palabras el valor de un testimonio
y el significado de una acción de gracias.
Fue entonces cuando cayó en mi alma una
simiente que debía dar fruto más tarde, cuando
pasó la ventolera de la muerte y quedó mi camino
en una imprevista oscuridad; si no caí, si no me
perdí, es porque había en mí un punto firme y una
pista segura.
Nada había podido iluminar y exaltar mi
tristeza, si no hubiese vuelto la fe con mi visión
de niño, cuando, sin saberlo, había conseguido la
fuerza que habría necesitado en la adversidad. Aún
ahora, si me pregunto desde qué honduras han
subido hasta mí ciertas voces, me parece volver a
oír los gritos y los cánticos de cuando jugaba y
rezaba con la misma inocencia, con la misma
felicidad. En aquella escuela había aprendido las
verdades que serían olvidadas, pero no canceladas,
por la violencia de la juventud.
La primavera y la juventud son estaciones
peligrosas en las que se deciden las suertes del
campo y de la vida: por eso este Santo que había
abierto tantos caminos a su piedad y ya se había
encontrado con los presos y los enfermos, eligió a
los muchachos más necesitados porque corrían más
peligro. Se dio cuenta de que su obra era
necesaria y que sería más fecunda entre los
jóvenes a los cuales pertenecía el porvenir.
Por lo demás, aquélla había sido desde el
principio su vocación y, si por un momento pensó
en tomar el hábito de San Francisco, fue por amor
a la pobreza, que también habría encontrado en
medio del pueblo. En efecto, la representación
anticipada del oratorio salesiano hay que buscarla
en las reuniones que Juanito promovía en la
pradera de delante de su casa durante los días
festivos, entreteniendo a los chiquillos con toda
clase de juegos para invitarles a rezar las
oraciones y cantar. En aquellos principios estaban
encerradas todas las fórmulas y normas de la obra
hoy conocida con su nombre por todo el mundo; en
aquel muchacho, que repetía los sermones oídos en
la iglesia y los juegos vistos en la feria, pueden
descubrirse los trazos y las disposiciones del
Santo.
Verdaderamente siguió siendo un niño hasta el
último momento y supo ser el compañero de todos
sus discípulos: y aquí está seguramente el
elemento personal, por no decir el secreto de la
obra de don Bosco.
El alma humana es más sencilla que todo lo que
podrían hacer creer la curiosidad malsana y las
fantasías tendenciosas de sus predispuestos
investigadores: sus exigencias son siempre ésas y
quien se limita a entenderlas y satisfacerlas, sin
quererlas complicar y encolerizar, está seguro de
penetrar en ellas. Don Bosco lo sabía y llegaba a
las almas por el camino real de los sentimientos y
las necesidades elementales; su método era tan
sencillo que declaraba no tenerlo, y no ha dejado
ningún texto, a
(**Es19.294**))
<Anterior: 19. 293><Siguiente: 19. 295>