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gracia>>; la piedra que nosotros colocamos hoy es
un poema de gracias, es un canto de agradecimiento
y de amor.
Esta piedra canta la sonrisa de María a don
Bosco, el amor de cinco grandes ntífices, la
devoción de millares de Obispos y la admiración de
los caudillos de los pueblos.
Canta, en nombre de don Bosco, la inocencia de
muchos niños, la pureza entusiasta y laboriosa de
millones de jóvenes, el trabajo ruidoso de muchos
talleres, la oración de muchos corazones, las
esperanzas de muchas familias, el consuelo de
muchos afligidos, la resignación de muchos
leprosos, la civilización de pueblos enteros, el
reconocimiento de muchas naciones, el sufrimiento
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apostólico de muchos misioneros; canta el
esplendor de dos púrpuras romanas, el sacrificio
de dos mártires, la floración de muchos Santos.
Y seguirán cantando -el altar y la Basílica
ampliada- las glorias cada vez mayores del Santo
que fue, en nuestros tiempos, el más italiano y el
más internacional; del Santo que tuvo calidad
piamontesa, genialidad italiana y corazón
universal; del Santo, cuya vida fue un milagro y
es un romance, en cuya Obra parece natural lo
sobrenatural; del Santo, que renovó en el siglo
XIX las florecillas de San Francisco y adivinó el
porvenir; que fue intrépido y prudente; que fue
Sacerdote en los despachos de los Ministros y se
sintió italiano en el altar de Dios; que no tuvo
más política que la del Pater noster y fue
consultado por Príncipes; que tuvo las delicadezas
de una madre y la voluntad invencible de un
general; que supo hacerse amar y hacerse obedecer;
que educó con la religión y persuadió con la
razón; que enseñó a sus muchachos a creer en Dios
y amar a la Patria, a mirar al cielo y hacer
florecer la tierra, a cantar rezando y a rezar
trabajando; que los educó en la escuela y en el
juego, en la iglesia y en el teatro, con el
deporte y con el examen de conciencia; que los
acostumbró a unir el Ejercicio de la Buena Muerte
en la capilla con la fiesta en el comedor; que
fundó una Sociedad, la más alegre y la más
sacrificada; del Santo, que fue, como el
Evangelio, pequeño con los pequeños y grande con
los grandes; que publicó con la misma fe la
primera Colección de nuestros Clásicos y los
folletos más populares; que escribió con el mismo
corazón la Historia Sagrada del pueblo elegido y
la Historia de nuestra Italia; que fue huérfano y
se convirtió en padre de los huérfanos; que no
tuvo pan y dio pan para todos; que fue, un día,
muchacho sin techo y dio albergue a todos los
muchachos; que halló dificultad para tener un
maestro y abrió escuelas sin fin; que fue aprendiz
y forjó generaciones de artesanos; del Santo que,
como un nuevo San Benito, no sólo bautizó a los
viejos bárbaros de las Pampas, sino a muchos
nuevos bárbaros civilizados de Europa.
Y cantarán durante siglos -este Altar y esta
Basílica- las glorias del Santo que fue más para
su tiempo que de su tiempo; que sintió las
necesidades de su siglo y no tuvo sus defectos;
que intuyó los peligros y previno los males; que,
entre las incipientes luchas del trabajo, conservó
en sus Colegios -con estudiantes y artesanos- el
fuego sagrado de la colaboración de clases; que en
la época de los Derechos del Hombre, enseñó el
amor de Dios; que sintió los latidos de la
primavera de Italia, experimentó las ansias de su
independencia, pero tuvo siempre fe en su primado
espiritual; del Santo que, desde la tarde del 20
de septiembre de 1870, llevó en el corazón la
Conciliación entre la Iglesia y el Estado y que,
desde 1871, inició con Juan Lanza las gestiones
que alcanzaron su triunfo en el gran corazón de un
gran Pontífice y en el genio titánico de un gran
Duce.
Y cantarán todavía por los siglos la grandeza
de este Santo ((**It19.351**)) <>; del Santo de quien Pío XI se
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