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((**Es19.274**) iglesia y aledaños. Un Obispo predicaba y otro Obispo daba la bendición eucarística. Cada noche, apenas se exponía el Santísimo, veinte mil lamparillas eléctricas iluminaban de repente la fachada y la cúpula de la Basílica; después, la banda musical del Oratorio daba un concierto en la plaza. Mientras tanto, la ola de peregrinos no cesaba de apretarse devotamente ante la urna. No se debe ocultar un pequeño episodio que manifiesta la reverencia y el regocijo popular por don Bosco. Un matrimonio de un pueblecito piamontés, con más de ochenta años ambos cónyuges, había afrontado las molestias del viaje para gozar del triunfo del que les había unido en matrimonio. Presentáronse a don Pedro Ricaldone y dijéronle que, pobre como era, no había podido hacerles más regalo que El Joven Instruido, con su dedicatoria autógrafa y con una invitación para leer el capítulo que habla del Paraíso y de los medios para alcanzarlo. Durante la noche de la gran vigilia, la juventud católica de Turín cumplió un rito religioso digno de nota. Se citaron las Asociaciones juveniles de la ciudad para hacer una hora de adoración en la iglesia de San Francisco de Asís, en la que se recuerda el inicio de la misión de don Bosco con el popularísimo episodio del jovencito Bartolomé Garelli. Asistió a ella la Junta diocesana. La piadosísima ceremonia se convirtió en una óptima preparación a la apoteosis del día siguiente. Por desgracia, el día ocho de abril no amaneció sereno. Primero, cayó ((**It19.330**)) a intervalos una llovizna molesta; después vinieron fuertes aguaceros. Pero el mal tiempo no lograba desconcertar la piedad del pueblo. Para dar comodidad de poder cumplir el precepto dominical, se celebraban misas ininterrumpidamente en diversos puntos, fuera de la Basílica; y aunque lloviese, salía cada media hora un sacerdote a la plaza para celebrar la misa en un altar improvisado, al resguardo de la intemperie. El cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, celebró la misa para los alumnos internos. Después, fue menester dejar espacio libre en la iglesia para los personajes invitados y las representaciones. Toda la nave central estaba reservada para los Arzobispos y Obispos, que se situarían en cuatro largos bancos cubiertos de damasco y situados dos a dos de frente, en la dirección de la balaustrada, hacia el fondo. Detrás de los Obispos, por el lado del Evangelio, había bancos preparados para los representantes del clero secular y regular, y por el lado de la Epístola para el Consejo General de las Hijas de María Auxiliadora, las representantes de las Congregaciones religiosas femeninas y las personalidades seglares. En el presbiterio había cinco tronos levantados frente al trono arzobispal destinados (**Es19.274**))
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