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iglesia y aledaños. Un Obispo predicaba y otro
Obispo daba la bendición eucarística. Cada noche,
apenas se exponía el Santísimo, veinte mil
lamparillas eléctricas iluminaban de repente la
fachada y la cúpula de la Basílica; después, la
banda musical del Oratorio daba un concierto en la
plaza. Mientras tanto, la ola de peregrinos no
cesaba de apretarse devotamente ante la urna.
No se debe ocultar un pequeño episodio que
manifiesta la reverencia y el regocijo popular por
don Bosco. Un matrimonio de un pueblecito
piamontés, con más de ochenta años ambos cónyuges,
había afrontado las molestias del viaje para gozar
del triunfo del que les había unido en matrimonio.
Presentáronse a don Pedro Ricaldone y dijéronle
que, pobre como era, no había podido hacerles más
regalo que El Joven Instruido, con su dedicatoria
autógrafa y con una invitación para leer el
capítulo que habla del Paraíso y de los medios
para alcanzarlo.
Durante la noche de la gran vigilia, la
juventud católica de Turín cumplió un rito
religioso digno de nota. Se citaron las
Asociaciones juveniles de la ciudad para hacer una
hora de adoración en la iglesia de San Francisco
de Asís, en la que se recuerda el inicio de la
misión de don Bosco con el popularísimo episodio
del jovencito Bartolomé Garelli. Asistió a ella la
Junta diocesana. La piadosísima ceremonia se
convirtió en una óptima preparación a la apoteosis
del día siguiente.
Por desgracia, el día ocho de abril no amaneció
sereno. Primero, cayó ((**It19.330**)) a
intervalos una llovizna molesta; después vinieron
fuertes aguaceros. Pero el mal tiempo no lograba
desconcertar la piedad del pueblo. Para dar
comodidad de poder cumplir el precepto dominical,
se celebraban misas ininterrumpidamente en
diversos puntos, fuera de la Basílica; y aunque
lloviese, salía cada media hora un sacerdote a la
plaza para celebrar la misa en un altar
improvisado, al resguardo de la intemperie. El
cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de
Tarragona, celebró la misa para los alumnos
internos. Después, fue menester dejar espacio
libre en la iglesia para los personajes invitados
y las representaciones. Toda la nave central
estaba reservada para los Arzobispos y Obispos,
que se situarían en cuatro largos bancos cubiertos
de damasco y situados dos a dos de frente, en la
dirección de la balaustrada, hacia el fondo.
Detrás de los Obispos, por el lado del Evangelio,
había bancos preparados para los representantes
del clero secular y regular, y por el lado de la
Epístola para el Consejo General de las Hijas de
María Auxiliadora, las representantes de las
Congregaciones religiosas femeninas y las
personalidades seglares. En el presbiterio había
cinco tronos levantados frente al trono arzobispal
destinados
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