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se informó del programa para el domingo siguiente.
Todavía vibraba su espíritu con la emoción
experimentada en Roma en la reciente Pascua.
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Durante cuatro días seguidos la multitud abarrotó
la iglesia, invadió los patios y se apiñó en la
plaza. Era un espectáculo edificante y conmovedor
contemplar con qué piedad seguían aquellos
millares de fieles, fuera del templo, a través de
los altavoces, los cantos y sermones del interior.
Había muchos que se santiguaban, se arrodillaban y
respondían a las preces litúrgicas, cumplían, en
fin, los actos acostumbrados de quien está ante el
altar durante las funciones sagradas. No hablamos
de la frecuencia de los Sacramentos. >>Se podía
haber concebido una fiesta de S. Juan Bosco sin un
infinito número de confesiones y comuniones? Del
alba al ocaso estaban los confesonarios tomados
por asalto; tres sacerdotes, juntos o por turno,
distribuían durante horas y horas, sin descanso,
la Sagrada Eucaristía.
Cada uno de los días del triduo tuvo un destino
especial. El primero estuvo dedicado a los
Institutos y Asociaciones masculinas. Pontificó el
cardenal Nasalli-Rocca, arzobispo de Bolonia,
asistido por ocho Obispos. Ocupaban lugar de honor
en el presbiterio los Príncipes de Orleáns. Por la
tarde, después del canto de Vísperas, el
eminentísimo cardenal Hlond predicó el panegírico.
Tomando pie de las grandiosas manifestaciones de
la ciudad eterna, trazó en rápida y eficaz
síntesis la múltiple actividad de don Bosco en el
mundo.
El seis de abril estuvo dedicado especialmente
al clero. Celebró la misa pontifical el cardenal
Ascalesi, arzobispo de Nápoles. La ejecución
musical fue confiada a la capilla del Seminario
Arzobispal. Otros diez Obispos se unieron a los
del día anterior. Por la tarde predicó el cardenal
Schuster, arzobispo de Milán, el cual explicó al
auditorio cómo la multiforme actividad de don
Bosco guardaba relación con su santidad y le
definió como un Santo que sobrepasaba toda
grandeza.
El sábado estaba destinado a los Institutos y
Asociaciones femeninas. Naturalmente sobresalían
allí las Hijas de María Auxiliadora. Cantó la misa
el cardenal Maurin, arzobispo ((**It19.329**)) de
Lyon, asistido por treinta Arzobispos y Obispos.
La parte musical corrió a cargo de un numeroso
coro de alumnas, bajo la mágica batuta del
venerando salesiano don Juan Bautista Grosso que
las había preparado: fue un éxito superior a todo
elogio. Por la tarde habló del Santo el cardenal
Nasalli-Rocca, con originalidad de detalles,
profundidad de pensamiento y elocuencia de forma.
Los tres días hubo que repetir la función de la
tarde y celebrarla de nuevo a las ocho para los
obreros, los cuales atestaron siempre la
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