((**Es19.272**)
varias veces al día a su alojamiento. Ayudó mucho
a ello la liberalidad del senador Agnelli,
propietario de la Fiat, el cual hizo estacionar en
el patio del Oratorio, durante todo el período de
las fiestas, veinte automóviles nuevos flamantes,
con sus correspondientes conductores. El mismo
señor ordenó que se preparase cómodo alojamiento
para un millar de alumnos y exalumnos en un local
que había servido para taller de carrocería de
coches. El Municipio ofreció doscientas camas y
los Almacenes militares de Intendencia prestaron
quinientos catres y mil quinientos jergones y
mantas. En los hoteles estaban reservadas, desde
hacía dos meses, todas las plazas para los
peregrinos extranjeros.
((**It19.327**)) La
concurrencia y la estancia de los peregrinos se
facilitó con las bonificaciones de los
ferrocarriles estatales y secundarios y de las
Compañías de tranvías y autobuses. Las Cruces
Roja, Verde y Blanca se repartieron la asistencia
de socorros urgentes. La instalación de altavoces
en los patios del Oratorio, en la plaza de María
Auxiliadora y a lo largo de la Avenida Regina
Margherita debía facilitar a las gentes la
participación en los sagrados ritos; se obtuvo que
las funciones más importantes se transmitiesen por
radio. Había hábiles maestros de ceremonias,
dirigidos por don Eusebio Vismara, que estaban
preparados y dispuestos para dirigir, con el
decoro deseado, ceremonias de tanta grandiosidad.
Nobles gentileshombres de la Corte, ayudados por
el profesor Gribaudi y por el abogado Battù, se
adhirieron a la invitación para regular las
recepciones de personajes principescos y de alta
condición social. En suma, no se había olvidado
nada para que el extraordinario suceso se
desenvolviese con orden, decoro y magnificencia.
El día cinco comenzó el triduo preparatorio. Al
alba se abrió la basílica de María Auxiliadora,
convertida en ascua de luces, jardín de flores, y
cubierta de adornos, para que entrasen los
peregrinos que se agolpaban a las puertas. En el
altar de la capilla de San Pedro, donde se hallaba
la urna del Santo, estaba colgada la pintura de
Crida que, como ya hemos dicho, fue ofrecida al
Papa el dieciocho siguiente. A primeras horas de
aquella mañana llegó, de improviso y pleno
incógnito, el Príncipe Heredero, que había salido
de Pisa la noche anterior. Subió inmediatamente a
las habitaciones de don Bosco, donde oyó la Misa
con piadoso recogimiento. Mientras tanto, como
había sido reconocido, corrió por la casa la voz
de su presencia y llegó a oídos de los Superiores,
los cuales acudieron a saludarle. Al bajar,
atravesó el patio entre las aclamaciones de los
muchachos y del pueblo y se dignó tomar una tacita
de café, que se le sirvió con toda sencillez en el
comedor del Capítulo Superior. Durante la breve
conversación,
(**Es19.272**))
<Anterior: 19. 271><Siguiente: 19. 273>