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La experiencia del 1929 había enseñado cuántas y
qué Comisiones era menester constituir, si se
quería atender eficazmente a todo. En esta ocasión
prestaron valiosa ayuda las Damas protectoras
salesianas, bajo la presidencia honoraria de la
Duquesa de Pistoya, Lidia de Aremberg, y la
efectiva de la marquesa Carmen Compans de
Brichanteau. No se trataba de despertar
entusiasmo, sino de organizar las manifestaciones,
empresa nada fácil, dado el ingente concurso que
se preveía de vecinos y forasteros.
Al acercarse el mes de abril, la Comisión
ejecutiva, que, tras cuidadosos estudios, ya había
fijado el programa, pidió, como exige la ley, y
obtuvo del Gobernador de la Provincia autorización
para las manifestaciones públicas previstas.
Después, se dirigió al Alcalde, rogándole
concediese permiso gratuito para instalaciones de
diverso género en las cercanías de María
Auxiliadora y a lo largo del recorrido de la
procesión, como también el aparcamiento de
autobuses en el Estadio y en otras partes, los
necesarios servicios de policía y la organización
sanitaria. Una vez obtenido todo esto, solicitó
del Gobierno la concesión de trenes especiales. Se
preocupó de ello personalmente el embajador De
Vecchi, y, gracias a su valiosa intervención, el
Consejo de Ministros autorizó la reducción del
cincuenta por ciento en favor de los peregrinos
aislados y del setenta por ciento para grupos
((**It19.326**)) de, al
menos, quince personas. Se prepararon cien mil
distintivos, que se vendían a una lira, y
cincuenta mil carnés, a dos liras. Estos tenían
treinta páginas, veinte de las cuales se componían
de cupones a cortar para bonos de canastillos y de
comidas con un descuento del diez por ciento, y
las otras contenían el programa de las fiestas, el
circuito de la procesión y el himno. Se
imprimieron también cartelones murales en gran
cantidad. Además, cuando la Comisión recibía el
anuncio de peregrinaciones, enviaba módulos a
rellenar para los alojamientos, comida y
organización de la procesión.
El problema de los alojamientos era esta vez
más grave que el año 1929, porque se prevía mayor
número de peregrinos en general y de Cooperadores
insignes, y porque el Rector Mayor, don Pedro
Ricaldone, había invitado a todos los Obispos de
Italia, rogándoles que asistieran personalmente.
Varios Prelados extranjeros hicieron saber también
su intención de participar en las fiestas. Ahora
bien, la generosidad ciudadana no fue inferior a
la de la otra vez; párrocos, religiosos, colegios,
familias privadas anduvieron a porfía para ofrecer
hospitalidad a quien les fuera enviado por los
organizadores.
Otro problema era el de proveer, especialmente
a los Obispos, de los medios de transporte
necesarios, sobre todo para poderse trasladar
(**Es19.271**))
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