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CAPITULO XVI
FIESTA DE LA CANONIZACION EN TURIN
EN Roma, capital del mundo católico y de Italia,
celebraron a S. Juan Bosco los fieles del Orbe y
los ciudadanos de la Urbe; Turín, la ciudad
preferida por el Santo, teatro de su caridad y
sede central de sus Obras, le preparó un triunfo
en el que se unieron la solemnidad, la intimidad y
la cordialidad, como podía esperarse de un lugar
donde todo hablaba de él, de su celo, de su
bondad, de sus prodigios y donde todavía muchos
recordaban haberlo visto, haberlo oído, haber
experimentado su benevolencia y sus beneficios. En
los tres días que precedieron a la fiesta llegaron
a Turín millares de forasteros, italianos y
extranjeros. La piedad era el motor que movía a
muchos peregrinos; pero, si lo que les llevaba era
la curiosidad, bastaba pisar el umbral del
Oratorio de Valdocco, para que su curiosidad se
cambiase en veneración. Es un hecho que, allí, el
ambiente parece exhalar un aire de milagro. Por la
escalera que conduce a las humildes habitaciones
de don Bosco reinaba un subir y bajar incesante de
personas de toda condición social, ávidas de
contemplar con sus propios ojos el lugar desde
donde el Santo había difundido tanta luz de bien.
Para los festejos turineses los Soberanos de
Italia, junto con los Príncipes del Piamonte y con
todos los demás Príncipes y Princesas de la Casa
de Saboya, ocuparon el alto Patronato organizado
para las fiestas romanas. A ellos se unieron dos
caballeros ((**It19.325**)) con el
Collar de la S. S. Anunciación, el Duque del Mar,
Pablo Thaon de Revel y el Mariscal de Italia,
Cayetano Giardino, y el Embajador de Italia ante
la Santa Sede, conde César de Vecchi, el cual
acudió también como representante oficial del
Gobierno. Dieron su nombre para la conspicua
Comisión de honor, presidida por el Cardenal
Arzobispo, con el Gobernador de Turín, Agustín
Iraci, como vicepresidente, todas las autoridades
y las principales personalidades del mundo laical
y eclesiástico. La Comisión ejecutiva, presidida
por el Prefecto General de la Congregación
Salesiana, don Pedro Berruti, que había actuado en
Roma, seguía trabajando también en Turín desde
hacía varios meses.
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