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solemnes mausoleos papales un turba juvenil tan
grande, procedente de mil partes del mundo: de
<> calificó el Pontífice el
delirio de vítores y aplausos con que se le
recibió a su ingreso en la Basílica y que le
acompañó hasta llegar al altar de la Confesión,
ante el cual estaba levantado el trono. Memorable
por la alocución pontificia, larga, paternal, rica
en testimonios y recuerdos personales y cariñosas
exhortaciones, concluyendo con una tarjeta de
identidad, por así decir, para todos los hijos de
don Bosco grandes y pequeños: amor a Jesús
Redentor, como explicación de su caridad por la
salvación de las almas; devoción a María
Auxiliadora y fidelidad al Vicario de Jesucristo.
La aclamación al <> oída ayer
por el Padre Santo en San Pedro y cordialmente
agradecida por él mismo, expresó el motor secreto
que encendió de tanto entusiasmo los pechos de los
presentes y que puso en labios del Papa Pío
palabras tan hermosas e inolvidables.
Los hechos y dichos del Pontífice han obtenido
estas consecuencias: que, si antes, la figura de
don Bosco dominaba nuestro espíritu, ahora
descuella por encima de toda comparación, y que en
el mundo ha aumentado y profundizado su
conocimiento. Por lo cual el grandioso Te Deum,
unido al Alleluia pascual en el mayor templo de la
cristiandad, fue una solemne acción de gracias a
Dios por haber dado a su Iglesia uno de esos
Santos que más hacen brillar la santidad y son los
ministros e instrumentos más grandes de la
santidad.
Conscientes, por tanto, de lo mucho que debemos
al Padre Santo Pío XI, nos hemos reunido aquí con
la intención de tributarle el homenaje de nuestro
agradecimiento. Del agradecimiento de los
Salesianos al Pontífice incomparable ya hablan los
muros del edificio que se levanta junto a esta
iglesia y que hemos dedicado a su augusto nombre.
Por las escuelas profesionales del Instituto Pío
XI pasarán generaciones de jóvenes para
capacitarse en el trabajo y en la práctica de la
vida salesiana y con los elogios del Padre de la
juventud les parecerá oír de nuevo como bendición
el recuerdo de Pío XI, a quien Dios conserve
todavía largos ((**It19.302**)) años
para bien de la Iglesia y de la humanidad. Un solo
latido vibrará para el Santo de la Caridad, y para
el Papa de aquel Santo, en el benéfico Instituto y
en el majestuoso templo que, próximo a terminarse,
nos acoge y que será en Roma centro y faro
irradiador de la devoción a la Virgen de don
Bosco, a María Auxiliadora.
Pero he llegado ahora a un punto en el que
querría tener, al menos por unos instantes, el
corazón de don Bosco para tributar al Vicario de
Jesucristo la más digna acción de gracias. Mas, si
no poseo el corazón, tengo la fortuna de poder
hacer mía, por así decir, su voz. El año 1876 el
Arcade general de la academia literaria de la
Arcadia establecida en Roma invitó al Siervo de
Dios a leer su discurso sobre la Pasión del Señor
en la sesión que solía celebrar la Academia cada
año el Viernes Santo. Aceptó don Bosco la
invitación, que fue considerada inmediatamente
como un gran regalo, agradabilísimo a todos.
Celebróse la reunión en el palacio Altemps. El
orador no divagó por los floridos campos de la
literatura, sino que leyó una serie de eruditas y
devotas reflexiones en torno a las <>, proferidas por Jesús en la Cruz. Para
concluir habló con la mayor naturalidad de la
unión de los verdaderos cristianos con Pedro y sus
sucesores e invitó a todos a <> (todos estos adjetivos son
suyos), proseguía con una exhortación y una
protesta, que yo repito literalmente, entendiendo
dirigirla con filial devoción, en nombre de los
Salesianos, de las Hijas de María Auxiliadora, de
sus alumnos y exalumnos, de los Cooperadores y
Cooperadoras y de todos los amigos y devotos de
don Bosco Santo, desde el noveno hasta el undécimo
Pío:
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