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almas, hermosa como las gracias de María
Auxiliadora; una visión que Nos vemos en vosotros
y detrás de vosotros en una extensión que alcanza
hasta los confines del mundo. Y queremos que
nuestra bendición llegue precisamente hasta los
confines del mundo, hasta donde llega nuestra
visión.
Vosotros llevaréis esta bendición en todas esas
direcciones hacia las que vuela vuestro
pensamiento y vuestro afecto. Queremos bendecir
todo lo que más queréis con vuestro pensamiento y
vuestro corazón y que deseáis sea bendecido. No es
necesario añadir que no sólo pensamos en vuestras
familias espirituales, sino también en aquellas
que llevan vuestro propio nombre, en vuestras
propias familias. Nuestra bendición quiere seguir
vuestro pensamiento y descender allí donde
vosotros deseáis. Si tenéis en vuestro pensamiento
almas que necesitan o que han merecido la
bendición paterna del Vicario de Cristo, Nos
queremos responder a todas esas vuestras
intenciones y deseos. Y con particular afecto,
como otrora vuestro y nuestro querido don Bosco,
Nos pensamos en los pequeños, en los párvulos del
Divino Redentor, a los que San Juan Bosco tan
paternalmente cuidaba, Nos los bendecimos antes
que a nadie, porque son un tesoro preciosísimo y a
menudo abandonado y despreciado, falto de toda
atención; y, además, porque tienen ante sí la vida
y nuestra bendición quiere bendecir en ellos su
porvenir con todas las promesas y esperanzas y
también como antídoto para todos los peligros y
amenazas. Y no queremos olvidar a los que están en
el otro extremo de la vida, a vuestros ancianos, a
vuestros viejos, especialmente a los que están
enfermos, y tienen por ello más derecho a los
cuidados de vuestra caridad y al aliento de
nuestra bendición.
Vosotros llevaréis esta nuestra bendición a las
distintas regiones y Nos pedimos a Dios que ella
os acompañe, no sólo durante el tiempo que os
queda por estar en Roma, para que os sea propicio
y provechoso a vuestras almas, sino también
durante vuestra inminente vuelta ((**It19.297**)) a
vuestras casas, y que os acompañe siempre y
permanezca siempre con vosotros durante toda la
vida.
Dicho esto, levantóse el Papa y pronunció la
fórmula de la bendición. Una gran salva de
aplausos quiso servir de agradecimiento. Cuando el
Santo Padre subía a la silla gestatoria, alguien
le observó que muchos de los que estaban a ambos
lados del altar de la Confesión, le habían oído
pero no le habían visto. Entonces él ordenó que se
diera la vuelta alrededor, y así contentó también
a aquella parte del auditorio. Y después, mientras
pasaba lenta y majestuosamente y movía de un lado
para otro la cabeza dando bendiciones con su
diestra, no cesaron ni un momento las
aclamaciones, el alzar de brazos, los pañuelos
agitados por los aires. Al contemplar aquel
entusiasmo filial, cuando llegó al fondo de la
nave, hizo volver la silla gestatoria, púsose en
pie y abrazó con una bendición de despedida a toda
la asamblea, que le respondió con la última y
fervorosísima aclamación. Había transcurrido una
de aquellas horas, cuyo recuerdo queda
indeleblemente impreso en el corazón, más que en
la memoria.
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