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con solícita fidelidad sobre las huellas que él
nos dejó: huellas gloriosas que Vuestra Santidad
nos ha iluminado con tan nuevo esplendor.
Beatísimo Padre: humildemente postrado a los
pies de Vuestra Santidad, le doy las más rendidas
gracias en nombre de los Salesianos y de las Hijas
de María Auxiliadora, de sus alumnos y exalumnos,
de sus Cooperadores y Cooperadoras, por este
beneficio y por vuestra paternal benevolencia
constantemente demostrada de mil modos, con la
promesa de seguir siempre y por doquiera los
ejemplos de filial, devota e ilimitada obediencia,
que nuestro Santo Fundador nos dejó como la
primera y más preciosa herencia, mientras en
confirmación de nuestros propósitos, pido para mí
y para todos la gracia de su Apostólica Bendición.
La Schola cantorum de los clérigos estudiantes
de filosofía y teología interpretaron las
Acclamationes y el Oremus pro Pontifice, que el
Papa escuchó con visible satisfacción. Después,
hizo señas de que iba a hablar. Reinó
inmediatamente un religioso silencio. La palabra
del Vicario de Cristo, siempre gracias a los
altavoces, se pudo oír claramente por todos. El
afecto comunicó a su hablar un sello que no hay
pluma capaz de describirlo.
Ya no es dentro de los esplendores de los
grandiosos, santos ritos, mis queridísimos hijos
-comenzó diciendo el Papa- sino dentro de un
verdadero (podemos decirlo con razón) precioso
vértigo de gozo y de piedad filial que os volvemos
a ver en este magnífico lugar. Ya veis que os
hemos preparado para recibiros la más bella,
grande, magnífica sala del mundo. No hemos creído
que fuese demasiado para lo que debía redundar en
honor de vuestro y nuestro gran San Juan Bosco; no
hemos creído que fuese demasiado para una
selección tan hermosa, tan ilustre, tan imponente
hasta por su número; una selección de sus hijos
llegados de todas las partes del mundo, hasta de
las más lejanas; tan hermosa, especialmente para
Nos, porque vuestra presencia y todo lo que hemos
oído en el discurso pronunciado hace un momento,
Nos hace sentir, con una viveza que pocas veces
hemos experimentado, el sentido de la paternidad
universal que la divina Providencia ha querido
confiarnos. Y vosotros sois, no solamente los
hijos llegados de todas las partes del mundo, sino
pertenecientes ((**It19.292**)) a
todas las diferentes categorías de que se compone
la gran familia, o mejor, las grandes familias de
don Bosco, más aún, de San Juan Bosco, a quien el
mundo seguirá llamando, sin embargo, don Bosco.
(Aplausos). Y eso estará bien, porque será lo
mismo que repetir su nombre de guerra, esa guerra
benéfica, una de esas guerras que se diría quiere
conceder la divina Providencia de vez en cuando a
la pobre humanidad, casi como en compensación de
las otras guerras en nada benéficas y tan
dolorosas y sembradoras de dolores.
Poníamos, pues, de relieve, amadísimos hijos,
la diversidad, las distintas representaciones de
las grandes familias salesianas. Debemos añadir
también a ellas los diversos grados de la
jerarquía: el sacerdocio, el episcopado, el
cardenalato: algo, también esto, tan hermoso y
verdaderamente completo.
Por lo demás, amadísimos hijos, >>qué más
podemos añadir a lo que vuestra presencia nos
dice, vuestra presencia tan elocuente y también
este silencio casi palpable, que nos declara de
forma sensible vuestra esperanza de la palabra
paterna? >>Qué podemos decir, al encontrarnos de
nuevo en este espléndido ambiente, donde resuenan
(**Es19.244**))
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