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dudo en afirmar que debemos buscar este secreto en
su constante correspondencia a la Gracia. Desde
pequeño manifestó una sensibilidad exquisita a los
influjos sobrenaturales que le impelían a la
oración y a los sacramentos, a la fuga del pecado,
a socorrer espiritual y materialmente al prójimo;
durante el tiempo de los estudios tuvo su corazón
desprendido de las cosas de la tierra y totalmente
dirigido a secundar las inspiraciones que
ciertamente no procedían de la carne y de la
sangre; en las variadísimas circunstancias de su
ministerio sacerdotal, y en las múltiples empresas
al servicio de la Iglesia y de las almas miró
constantemente hacia arriba al Padre de las luces
y Dador de todo don perfecto, sin importarle más
que obedecer a los supremos impulsos. Había en él
un cuidado asiduo para no dejar caer en vano la
más mínima gracia de Dios.
He ahí un punto que merece reclamar toda
nuestra atención ante la santidad de don Bosco
glorificada. La vocación a la vida cristiana ha
sido para nosotros una gracia grande, gracia
destinada a ser continuada por una cadena de
muchísimas más, pero subordinadamente a la
fidelidad de nuestra correspondencia. No dejemos
caer en vano la gracia de Dios: éste será el fruto
más precioso de tan gran fiesta.
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