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Un primer fruto de la santidad de don Bosco es
el mismo don Bosco, esa personificación de las más
selectas virtudes que los testigos oculares
encuentran en él y que los documentos históricos
atestiguan tan abundantemente. <>, decían, como movidos por una
consideración sobrenatural, s ingenuos, y lo
confirmaron hombres hechos y derechos, con su
natural observación. Y, si el afecto filial no nos
ciega, nos veríamos obligados a decir que, a sus
diversas edades, alcanzó realmente, por cuanto es
dado a la fragilidad humana, el grado de
perfección que los años y los ministerios
requerían en él.
Otro fruto de la santidad de don Bosco es,
además, esta prolongación de sí mismo que nosotros
vemos, es decir, el conjunto de obras que siguen
viviendo de su espíritu. Al partir de esta tierra,
la santidad de don Bosco dejó tras sí todo un
complejo de creaciones, en las que transfundió su
soplo vital y que están destinadas, como cualquier
cosa viva, a crecer y multiplicarse, adaptándose a
la índole de los tiempos, a la condición de los
lugares, al carácter de los pueblos. Quien conozca
un poquito las obras de san Juan Bosco, sabe lo
fecunda que es siempre su santidad.
En tercer lugar, >>cuáles son para don Bosco
los premios de tanta santidad? Nos limitaremos a
decir que la virtud es premio de sí misma y que
cuanto mayor ella sea, tanto mayor es el gozo que
produce a quien la practica. Es una verdad muy
sabida: así lo proclamaron, aunque de modo
exclusivo, hasta los secuaces de una escuela
filosófica pagana. El testimonio de la buena
conciencia es fuente de íntima satisfacción, que
compensa con creces las penalidades ocasionadas
por las mismas cosas o por la malicia de los
hombres. Don Bosco gozó de este premio de la
santidad: también él experimentó la felicidad de
los Apóstoles, que ibant gaudentes cuando digni
habiti sunt pro nomine Jesu contumeliam pati. La
santidad convierte en prueba de amor el padecer, y
para el que ama, sufrir es gozar.
Es un gran premio el de la santidad, no sólo
por este efecto inmediato, sino porque contribuye
inmensamente a aumentar el mérito de un premio
mucho mayor, el mérito del alto premio que Dios
tiene reservado en el Paraíso a sus elegidos. Y a
eso se dirige toda la vida de los Santos, a
atesorar méritos para el Cielo. Si no quedará sin
premio un vasito de agua fresca dado por amor de
Dios a quien tiene sed, >>quién podrá medir el
galardón eterno de una vida como la de don Bosco,
toda ella consumada en el más puro holocausto de
sí mismo en medio de las llamas de la caridad?
Ciertamente no sorprende a nadie la noticia de
que, en el momento de la muerte de don Bosco,
hubiera almas queridas por Dios y ((**It19.284**))
desconocedoras de su tránsito, que vieran, por
divina concesión, su ingreso en la gloria, como un
triunfo de solemnidad sin igual.
Pero Dios, justo remunerador, va todavía más
lejos a la hora de recompensar la santidad. Los
Santos, que tanto trabajaron y sufrieron por su
gloria accidental, son coronados por El con una
aureola especial, que reclama la admiración sobre
ellos, la veneración y la imitación de la
humanidad. El culto tributado a los Santos coloca
a estos héroes sobre el trono más espléndido que
pueda existir, en el altar sagrado del templo de
Dios, y se inclina ante ellos la piedad, mientras
la elocuencia teje sus loas, la historia transmite
sus grandezas y el arte embellece su recuerdo. He
aquí hoy al humilde, al pobre, al atribulado don
Bosco, glorificado de cara a todo el mundo, por
mano de la Iglesia y gracias a la munificencia
divina.
Quisiera yo ahora que reflexionásemos bien en
una cosa. Es una necesidad de nuestro corazón, más
que una obligación de gratitud, alabar la santidad
de don Bosco en sus características, en sus
frutos, en sus premios. Pero no nos quedemos aquí,
preguntémonos más bien: >>dónde estuvo el secreto
de tan excelsa santidad? Yo no
(**Es19.237**))
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