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firmamento, se transporta hasta la celestial
Jerusalén donde, en un mar de luces, resplandece
San Juan Bosco como un sol sicut sol... in
perpetuas aeternitates, para toda la eternidad.
Allí, en efecto, donde cada astro se distingue de
los demás astros, omnis stella... a stella differt
in claritate, nosotros podremos ((**It19.282**)) captar
la característica de su santidad, apreciar sus
frutos y admirar el premio especial que Dios le ha
conferido por ella.
Verdad es que la esencia de la santidad no
puede ser más que la establecida por el Santo de
los Santos, a saber, el amor de Dios y el amor del
prójimo: dos amores, de tal forma compenetrados,
que constituyen uno solo. Sobre estos dos
preceptos básicos se apoya todo edificio de
perfección cristiana, desde la ordinaria a la
heroica. Todo Santo cumple el doble mandamiento de
la única caridad, de acuerdo con la misión
individual recibida de Dios. Para San Juan Bosco
el diliges Dominum Deum tuum y el diliges proximum
se tradujeron en la fórmula: Trabajar para la
gloria de Dios y por el bien de las almas; y
trabajó para esta gloria y por este bien con una
vida intensa de fe y de celo.
La fe, fundamento de toda santidad, fue, sin
lugar a duda, la luz que guió sus pasos, según la
expresión del Salmista. Con la luz de la fe su
mente se elevaba a la contemplación de las
verdades reveladas y se movía su voluntad en las
direcciones que estaban de acuerdo con el
beneplácito divino. Y por eso, lo mismo cuando
hablaba que cuando escribía o actuaba, su espíritu
no fluctuaba entre Dios y el propio yo, entre el
cielo y la tierra, entre lo eterno y lo temporal,
entre el deber y el placer, sino que se lanzaba en
el acto hacia la parte de Dios, Padre y Señor
absoluto, de donde tomaba la norma segura con que
regularse en todo lo que tuviese razón de relativo
y terreno... Quiero decir, que en nada se buscó a
sí mismo, su comodidad, su satisfacción, su
provecho; sino que dedicó tiempo, energías y
esfuerzos para servir del mejor modo posible al
Señor, trabajando en el campo que le había
señalado la Providencia.
Su campo específico fue la salvación de la
juventud por medio de la eficacia de la cristiana
educación. Prodigó ciertamente su ministerio en
favor de cuantas almas le fue dado hacerlo
directamente o por medio de sus hijos; pero
ocuparon principalmente sus pensamientos de
apóstol, las almas juveniles. Sólo Dios sabe los
muchos sacrificios que se impuso para ir tras de
los jóvenes más necesitados de atenciones
sacerdotales, para ponerlos al abrigo de los
peligros de toda suerte que acechaban su virtud, o
para rodearse de valiosos y abundantes auxiliares
que le ayudasen en una obra tan amplia y
providencial. En su suprema intención de procurar
el bien a la juventud sacrificó todo, sueño,
alimento, salud, tranquilidad.
Todas esas características de santidad que se
aprecian en don Bosco, como su habitual unión con
Dios, su calma imperturbable en cualquier
situación, su paternidad sin límites, su
laboriosidad que jamás decía basta, tenían su
origen en esto, en su caridad ardiente que,
animada por una fe viva, le hacía anteponer Dios y
sus intereses a todo y a todos.
Y es claro que una santidad tan genuina y tan
eminente no podía dejar de producir los frutos
adecuados, y he ahí una segunda observación sobre
la cual conviene detenerse. Cuando se unen en el
cristiano el ((**It19.283**)) bien
querer y la gracia divina, entonces brotan las
acciones verdaderamente virtuosas; pero, si además
el cristiano es un Santo, un hombre en fin que
llega hasta el heroísmo en correspondencia con los
auxilios de lo alto, entonces se establece una
especie de porfía entre el Creador que da y la
creatura que actúa, y surgen las formas más
grandiosas de actividades benéficas y perennes en
el seno de la Iglesia.
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