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((**Es19.236**) firmamento, se transporta hasta la celestial Jerusalén donde, en un mar de luces, resplandece San Juan Bosco como un sol sicut sol... in perpetuas aeternitates, para toda la eternidad. Allí, en efecto, donde cada astro se distingue de los demás astros, omnis stella... a stella differt in claritate, nosotros podremos ((**It19.282**)) captar la característica de su santidad, apreciar sus frutos y admirar el premio especial que Dios le ha conferido por ella. Verdad es que la esencia de la santidad no puede ser más que la establecida por el Santo de los Santos, a saber, el amor de Dios y el amor del prójimo: dos amores, de tal forma compenetrados, que constituyen uno solo. Sobre estos dos preceptos básicos se apoya todo edificio de perfección cristiana, desde la ordinaria a la heroica. Todo Santo cumple el doble mandamiento de la única caridad, de acuerdo con la misión individual recibida de Dios. Para San Juan Bosco el diliges Dominum Deum tuum y el diliges proximum se tradujeron en la fórmula: Trabajar para la gloria de Dios y por el bien de las almas; y trabajó para esta gloria y por este bien con una vida intensa de fe y de celo. La fe, fundamento de toda santidad, fue, sin lugar a duda, la luz que guió sus pasos, según la expresión del Salmista. Con la luz de la fe su mente se elevaba a la contemplación de las verdades reveladas y se movía su voluntad en las direcciones que estaban de acuerdo con el beneplácito divino. Y por eso, lo mismo cuando hablaba que cuando escribía o actuaba, su espíritu no fluctuaba entre Dios y el propio yo, entre el cielo y la tierra, entre lo eterno y lo temporal, entre el deber y el placer, sino que se lanzaba en el acto hacia la parte de Dios, Padre y Señor absoluto, de donde tomaba la norma segura con que regularse en todo lo que tuviese razón de relativo y terreno... Quiero decir, que en nada se buscó a sí mismo, su comodidad, su satisfacción, su provecho; sino que dedicó tiempo, energías y esfuerzos para servir del mejor modo posible al Señor, trabajando en el campo que le había señalado la Providencia. Su campo específico fue la salvación de la juventud por medio de la eficacia de la cristiana educación. Prodigó ciertamente su ministerio en favor de cuantas almas le fue dado hacerlo directamente o por medio de sus hijos; pero ocuparon principalmente sus pensamientos de apóstol, las almas juveniles. Sólo Dios sabe los muchos sacrificios que se impuso para ir tras de los jóvenes más necesitados de atenciones sacerdotales, para ponerlos al abrigo de los peligros de toda suerte que acechaban su virtud, o para rodearse de valiosos y abundantes auxiliares que le ayudasen en una obra tan amplia y providencial. En su suprema intención de procurar el bien a la juventud sacrificó todo, sueño, alimento, salud, tranquilidad. Todas esas características de santidad que se aprecian en don Bosco, como su habitual unión con Dios, su calma imperturbable en cualquier situación, su paternidad sin límites, su laboriosidad que jamás decía basta, tenían su origen en esto, en su caridad ardiente que, animada por una fe viva, le hacía anteponer Dios y sus intereses a todo y a todos. Y es claro que una santidad tan genuina y tan eminente no podía dejar de producir los frutos adecuados, y he ahí una segunda observación sobre la cual conviene detenerse. Cuando se unen en el cristiano el ((**It19.283**)) bien querer y la gracia divina, entonces brotan las acciones verdaderamente virtuosas; pero, si además el cristiano es un Santo, un hombre en fin que llega hasta el heroísmo en correspondencia con los auxilios de lo alto, entonces se establece una especie de porfía entre el Creador que da y la creatura que actúa, y surgen las formas más grandiosas de actividades benéficas y perennes en el seno de la Iglesia. (**Es19.236**))
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