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que desde la parte interior de la Basílica, como
se había hecho por sus tres anteriores
predecesores; y lo repitió en la Pascua de 1934.
Terminada, pues, la misa, tomó la tiara y subió
a la silla gestatoria.
Pero antes de que los portadores de la silla la
levantaran sobre sus hombros, el cardenal Pacelli,
Arcipreste de la Basílica, se acercó al Padre
Santo y le entregó una bolsita de seda ribeteada
de oro, con una cantidad equivalente a veinticinco
julios 1 pro Missa cantata, según le dijo. Era la
limosna tradicional de la misa solemne papal.
El cortejo se puso en marcha. Precedían los
Cardenales, flanqueando el camino como al entrar,
los Guardias Suizos. En torno a la silla
gestatoria iba la Noble Antecámara y los maestros
de ceremonias. La multitud, revuelta toda ella en
la nave central, renovó las demostraciones de amor
y de fe al Vicario de Jesucristo, con un
entusiasmo que excitaba los nervios. El Papa se
fue tan conmovido que, al llegar al atrio, mandó
girar la silla gestatoria y, contemplando el
magnífico espectáculo, bendijo y saludó a sus
hijos. Y le siguió el eco de las aclamaciones
mientras se dirigía a sus apartamentos.
La Basílica empezó a quedar libre; los que
salían de ella llenaron el espacio que los
soldados mantenían vacío para tal fin sobre la
escalinata. Mientras tanto, apenas cesó el sonido
de las ((**It19.279**))
trompas de plata, el Príncipe heredero se había
retirado al Palacio Apostólico, para asistir a la
bendición; antes había pedido que rogaran a don
Pedro Ricaldone le reservaran la jaula con los
pajaritos. Así mismo los Reyes de Tailandia fueron
recibidos con su séquito en un apartamento del
Vaticano. Los Príncipes, el Cuerpo Diplomático y
las Autoridades tuvieron también su lugar
reservado.
Desgraciadamente, al hermoso sol de la mañana
le había sustituido el temporal con un chaparrón.
Pero la gente aguantaba la lluvia sin moverse: la
espera no fue larga. En cuanto se abrieron las
vidrieras de la galería estalló una ovación
inmensa, formidable, interminable, como un
huracán. En el reloj de San Pedro sonaba la una y
media de la tarde cuando apareció el Papa,
precedido de la cruz procesional, cercado de
Purpurados, revestido todavía con los ornamentos
pontificales y coronado por la tiara, sentado en
la silla gestatoria, cubierta con su dosel, y
entre blancos flabelos plumados. Quien no lo vio,
no puede imaginar el entusiasta estremecimiento
que invadió entonces a la inmensa multitud. Había
una gran confusión de aplausos, gritos,
aclamaciones y lágrimas.
1 El julio fue una moneda de plata acuñada por
vez primera por Julio II ( 1503-13). Valía 56
céntimos de lira.
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