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((**Es19.227**)medio de aquel huracán se distinguía el gran conjunto de las voces juveniles, que parecía traspasar las bóvedas del templo. En la plaza resonaba el poderoso eco de la multitud allí amontonada. Las campanas de la Basílica y de las trescientas iglesias de Roma sonaban de continuo y anunciaban a la Urbe que don Bosco era canonizado. Mientras tanto dos palomas mensajeras alzaban el vuelo para llevar a Turín, a la Casa Madre, el mensaje del Rector Mayor: <((**It19.271**)) acaba de proclamar Santo a don Bosco. Que él bendiga a Turín, a Italia, al mundo. Pedro Ricaldone>>. Cuando se calmó el entusiasmo, también por parte de los jóvenes que fueron los últimos en volver a la calma, el abogado consistorial dio las gracias, en nombre del Cardenal Procurador, al Padre Santo e imploró el envío de las Letras Apostólicas. Respondió el mismo Sumo Pontífice con la palabra: Decernimus, lo ordenamos. Entonces el abogado, volviéndose a los Notarios Apostólicos presentes, les invitó a redactar la escritura del acto de la canonización. El Protonotario respondió: Conficiemus, lo redactaremos; y, volviéndose después a los íntimos familiares del Papa que estaban alrededor del trono, los convocó para testigos diciendo: Vobis testibus. Después de esto, el Papa, con voz fuerte y sonora y casi con cierto arranque juvenil, que manifestaba la íntima satisfacción de su alma, entonó el Te Deum. Los cantores, bajo la dirección del gran Perosi, siguieron el himno de acción de gracias, interpretando una nueva magnífica composición de su Maestro, a ocho voces y dos coros. Alternaban los versículos con los presentes en el ábside y con el pueblo. Gracias a los altavoces, los de fuera se unían formando un solo coro con los de dentro. En la alta galería brillaba al sol la <> del nuevo Santo en la pintura de Crida: Don Bosco entre nubes era llevado por los ángeles a los pies de Jesús resucitado. El Redentor elevaba su diestra, invitándole a entrar en el gozo celestial después de haberle dicho el Euge, serve bone et fidelis (Bien, siervo bueno y fiel). El pintor había ideado felizmente una composición que juntara de algún modo la típica celebración de la gran jornada: la Pascua, la Redención y la glorificación del Santo. Un número incalculable de almas participaba en aquellos momentos en el triunfo de don Bosco, desde Roma hasta la Tierra del Fuego. Terminado el canto del Te Deum, el nombre del nuevo Santo resonó por vez primero con la invocación Ora pro nobis, Sancte Joannes, que entonó el Cardenal Diácono, e inmediatamente después en (**Es19.227**))
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