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cesaban de gritar: íViva el Papa! Visiblemente
conmovido adelantaba el Papa majestuosa y
paternalmente, respondiendo a los vítores con
amplias bendiciones. Cuando se calmó el primer
entusiasmo, el sonido melodioso de las trompas de
plata volvió a dominar el ambiente, infundiendo
recogimiento en los espíritus. Eran muchos los
ojos humedecidos por las lágrimas. Allí se
experimentaba la grandeza sobrehumana del Vicario
de Jesucristo. La atención universal estaba
totalmente pendiente de su persona, seguía
religiosamente todos los movimientos.
El cortejo papal se detuvo primero ante la
Capilla del Santísimo Sacramento, donde el Padre
Santo bajó de la silla gestatoria, postróse en
adoración y, después, continuó el cortejo. Al
llegar al altar papal, descendió de nuevo el Padre
Santo y, arrodillado en el faldistorio, oró unos
instantes sobre la tumba del Apóstol. Por fin,
subió al trono. En él recibió la obediencia de los
Cardenales, que se le acercaban y besaban la mano;
de los Patriarcas, Arzobispos y Obispos, que
besaban la cruz de la estola colocada sobre sus
rodillas; de los Abades con el beso en el pie.
Mientras tanto los cantores ejecutaban un Dignare
me de Perosi. Asistían al Santo Padre como
Cardenales diáconos los Eminentísimos
Fumasoni-Biondi, Prefecto de Propaganda, y
Fossati, Arzobispo de Turín. Después de estos
preámbulos empezó la ceremonia de la canonización.
La solemne definición
Al acabar la obediencia, un maestro de
ceremonias acompañó hasta el solio pontificio al
cardenal Laurenti, Procurador de la Causa de
Canonización; iba a su lado el abogado
consistorial Juan Guasco. Este, de rodillas, pidió
al Pontífice en nombre del Cardenal Procurador,
que se dignase inscribir al Beato Juan Bosco en el
catálogo de los Santos. ((**It19.268**)) A
aquella petición, hecha instanter
(encarecidamente), respondió en nombre del Papa,
el Secretario de los Breves ad Principes, Mons.
Bacci, diciendo: -<(**Es19.224**))
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