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((**Es19.219**) En los dos brazos del crucero tenían puesto reservado los alumnos de los colegios salesianos y las alumnas de las Hijas de María Auxiliadora; en amplios sectores para los Cooperadores y exalumnos: por lo menos veinte mil en total. Aquellos muchachos, que se fueron orientando poco a poco en un ambiente ((**It19.261**)) tan archisolemne, impacientes por la larga espera, se pusieron a cantar el Don Bosco ritorna y otros himnos salesianos. Los celosos guardianes de las tradiciones del sacrosanto lugar intentaron oponerse a tan inaudita novedad; mas, previendo su impotencia ante la avispada turba de cantantes, acabaron por dejarlo correr. En realidad era el Alleluia pascual más en consonancia con la circunstancia, el Alleluia de la juventud, que en la vetusta basílica preludiaba la inminente apoteosis del gran padre de los muchachos. En el momento de la iluminación a que nos hemos referido, estaban las tribunas llenas. Veíase en las de los Príncipes y Soberanos al príncipe heredero de Dinamarca, Cristián Federico; a la princesa Ana de Battenberg con sus damas de compañía; a la archiduquesa Inmaculada de Austria; al príncipe Federico Cristián de Sajonia con su esposa e hijo; al archiduque Hubert con su esposa, acompañados por los príncipes Salm; al príncipe Albrecht de Baviera y su esposa, acompañados por la princesa Julia de Oettingen-Wallenstein y la condesa Guedelinda de Preysing con dos hijos; al príncipe Juan Jorge de Sajonia; a la princesa Estefanía de Bélgica; al príncipe don Pedro de Orleáns-Braganza con su esposa, al hijo príncipe don Pedro y su chambelán; a la archiduquesa Inés de Habsburgo-Lorena; al príncipe de Asturias Alfonso de Borbón con su esposa; el príncipe Federico Leopoldo de Prusia con dos personas de su séquito. Este era neófito. Llegado a Roma para la canonización de don Bosco y convertido al catolicismo, había abjurado del protestantismo el día anterior y aquella misma mañana de Pascua había recibido la primera comunión. Pocos minutos después de las ocho entraron el Rey y la Reina de Tailandia con tres príncipes reales y cuatro personas del séquito. Les había llevado en dos coches de la Ciudad del Vaticano el conde Caccia, y les acompañó al apartamento del Mayordomo, para que asistieran al desfile del cortejo papal hasta que éste se hallase a punto de entrar en la basílica. Un ((**It19.262**)) piquete de guardias suizos les hizo escolta de honor mientras iban a la tribuna reservada para ellos. Los Soberanos tailandeses conocían a los Misioneros Salesianos en su reino y deseaban, aunque no eran cristianos, honrar a su Santo Fundador. En aquel mismo momento tenía lugar en el vestíbulo de la escalinata (**Es19.219**))
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