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En los dos brazos del crucero tenían puesto
reservado los alumnos de los colegios salesianos y
las alumnas de las Hijas de María Auxiliadora; en
amplios sectores para los Cooperadores y
exalumnos: por lo menos veinte mil en total.
Aquellos muchachos, que se fueron orientando
poco a poco en un ambiente ((**It19.261**)) tan
archisolemne, impacientes por la larga espera, se
pusieron a cantar el Don Bosco ritorna y otros
himnos salesianos. Los celosos guardianes de las
tradiciones del sacrosanto lugar intentaron
oponerse a tan inaudita novedad; mas, previendo su
impotencia ante la avispada turba de cantantes,
acabaron por dejarlo correr. En realidad era el
Alleluia pascual más en consonancia con la
circunstancia, el Alleluia de la juventud, que en
la vetusta basílica preludiaba la inminente
apoteosis del gran padre de los muchachos.
En el momento de la iluminación a que nos hemos
referido, estaban las tribunas llenas. Veíase en
las de los Príncipes y Soberanos al príncipe
heredero de Dinamarca, Cristián Federico; a la
princesa Ana de Battenberg con sus damas de
compañía; a la archiduquesa Inmaculada de Austria;
al príncipe Federico Cristián de Sajonia con su
esposa e hijo; al archiduque Hubert con su esposa,
acompañados por los príncipes Salm; al príncipe
Albrecht de Baviera y su esposa, acompañados por
la princesa Julia de Oettingen-Wallenstein y la
condesa Guedelinda de Preysing con dos hijos; al
príncipe Juan Jorge de Sajonia; a la princesa
Estefanía de Bélgica; al príncipe don Pedro de
Orleáns-Braganza con su esposa, al hijo príncipe
don Pedro y su chambelán; a la archiduquesa Inés
de Habsburgo-Lorena; al príncipe de Asturias
Alfonso de Borbón con su esposa; el príncipe
Federico Leopoldo de Prusia con dos personas de su
séquito. Este era neófito. Llegado a Roma para la
canonización de don Bosco y convertido al
catolicismo, había abjurado del protestantismo el
día anterior y aquella misma mañana de Pascua
había recibido la primera comunión.
Pocos minutos después de las ocho entraron el
Rey y la Reina de Tailandia con tres príncipes
reales y cuatro personas del séquito. Les había
llevado en dos coches de la Ciudad del Vaticano el
conde Caccia, y les acompañó al apartamento del
Mayordomo, para que asistieran al desfile del
cortejo papal hasta que éste se hallase a punto de
entrar en la basílica. Un ((**It19.262**))
piquete de guardias suizos les hizo escolta de
honor mientras iban a la tribuna reservada para
ellos. Los Soberanos tailandeses conocían a los
Misioneros Salesianos en su reino y deseaban,
aunque no eran cristianos, honrar a su Santo
Fundador.
En aquel mismo momento tenía lugar en el
vestíbulo de la escalinata
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