((**Es19.217**)
Rey de Italia, confiada a Su Alteza el Príncipe
Heredero Humberto de Piamonte. Era la primera vez,
desde 1870, que la Casa de Saboya intervenía
oficialmente en una celebración de la Basílica
Vaticana. El Santo de la Conciliación merecía
ciertamente aquel gran honor. Fue el mismo
Príncipe quien se lo comunicó a don Pedro
Ricaldone, con el siguiente telegrama:
Con el alma invadida por sentimientos de
profunda emoción y sincera alegría, me apresto
para asistir mañana, en representación de Su
Majestad el Rey, a la solemne Canonización, en la
Basílica Vaticana, del Beato Juan Bosco, fundador
de la Orden salesiana. En tan fausta ocasión tengo
la satisfacción de manifestar estos mis
sentimientos a usted, que tan dignamente rige los
destinos de la gran Institución, cuya amplia y
benéfica acción, en Africa y en las lejanas
Américas me fue concedido conocer y admirar.
Formulo los más fervientes deseos por la suerte
futura y el glorioso progreso de la Orden.
HUMBERTO DE SABOYA.
La Santa Sede organizó el ceremonial, con el
correspondiente protocolo, para la recepción de Su
Alteza.
((**It19.259**)) En San
Pedro
Raras veces, quizás nunca, contempló la
Basílica Vaticana una alegría pascual tan nueva,
tan fresca, tan inesperada como en la Pascua del
1934. Con aquella Pascua se cerraba el jubileo,
diecinueve veces secular, de la Redención y se
celebraba la santidad de un apóstol que había
llevado los beneficios de la Redención a infinidad
de almas.
Desde el amanecer se dirigía hacia San Pedro
una multitud cosmopolita desde todas las partes de
la Urbe. A las seis se abrió el paso, a través de
las barreras de los guardias que vigilaban los
accesos, contenían las impaciencias y lograban que
se pudieran controlar los billetes de entrada; a
las siete y tres cuartos ya habían penetrado en el
templo las sesenta mil personas de que es capaz.
Otras cien mil, al menos, quedarían fuera. íUn
espectáculo único en el mundo! Gente de toda
condición, sexo y edad, sacerdotes, clérigos,
religiosos, religiosas, estudiantes,
profesionales, obreros, señoras elegantes y
mujeres sencillas del pueblo, con extraordinaria
diferencia de aspectos, de modos de vestir, de
lenguas, se apretujaban bajo las bóvedas de la
basílica y en la plaza más grande del mundo,
unidos en un solo sentir con don Bosco y con Pío
XI.
(**Es19.217**))
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