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fiestas de los mártires son exhortaciones al
martirio>>: exhortationes sunt martyriorum.
Con la misma maravilla con que Nos honramos a
los Mártires de la sangre, consideramos estos
otros verdaderos martirios, tan diversos y tan
admirables a nuestros ojos, pero a menudo
desconocidos, enterrados en el ámbito de una casa
religiosa, a los pies de un altar, en el más
oculto y retirado lugar, en una penitencia de vida
inocentísima, en la inmolación completa, hasta en
el deseo vivísimo de llegar al derramamiento de la
sangre y a la muerte, con tal de ser fieles a
Dios. El mundo no conoce ni conocerá jamás estos
martirios, consumados por muchas almas olvidadas
de sí mismas, verdaderas víctimas inocentes, sin
más intención que la de alejar precisamente del
mundo -y cuántas veces los alejan- los rigores de
la divina Justicia, especialmente en estos
difíciles y tristes tiempos, para atraerlos sobre
sus propias personas. Hay muchos buenos y
verdaderos padres cristianos, hay numerosas
familias, fieles en todo a sus deberes de esposos,
de padres, de obreros, de trabajadores cristianos,
de servidores cristianos, fieles a todos sus
deberes, a costa de indecibles angustias y
privaciones, a costa de luchar constantemente
contra la inclemencia de las condiciones del
momento: íésos son verdaderos mártires de la vida
cristiana!
Y aún más: fuera de estas situaciones
verdaderamente graves, a las que, a menudo, no les
falta ni siquiera la nota trágica para ser
mártires, ícuántas otras vidas hay, más serenas,
que se desenvuelven, al menos aparentemente, sin
dificultades, pero que están llenas de obstáculos
superados noble y cristianamente! Son muchas las
vidas que se consumen precisamente en el
cumplimiento de modestas obligaciones, sin durezas
especiales, pero con deberes precisos que no están
faltos de ciertas responsabilidades, cumplidos
cada día, todos los días y siempre igual. Y eso en
la monotonía de muchas vidas obligadas a un deber
que no presenta ninguna fuerza de elasticidad o
propulsión y estímulo, que muchas veces facilitan
precisamente el desarrollo, en aquel terrible y
cotidiano trabajo que no varía nunca y que
requiere siempre las mismas diligencias, la misma
atención, exactitud y puntualidad, sin
compensaciones morales. He ahí unos mártires más
modestos, menos pomposos que los grandes mártires,
y sin embargo verdaderos mártires ellos también. Y
hay muchos así: y también a ellos les repiten los
Mártires de la sangre, para animarlos: Nondum
usque ad sanguinem restitistis.
Y todavía otra reflexión. Al glorificar a estos
nuevos Mártires nosotros los admiramos y honramos
cuando han llegado a la cima de su calvario, que
no está oscurecido como el Calvario del Rey de los
Mártires, ((**It19.250**)) sino
que recibe de El espléndida luz; y no pensamos que
ellos se prepararon a estas grandes metas con
caminos modestísimos, con la paciencia,
perseverancia y fortaleza que se requería para el
pequeño martirio de su vida cotidiana. Valga un
ejemplo: San Fructuoso, obispo de Tarragona, fue
conducido al último suplicio, después de una
jornada de vejaciones y tormentos: uno de los
esbirros que le vio tan exhausto, extenuado y
muriendo de sed por la mucha sangre perdida, le
ofreció un vaso de agua; el Santo Obispo le dio
las gracias, pero lo rechazó diciendo: -No puedo,
hoy es día de ayuno y aún no ha llegado el
anochecer-. Y el gran escritor cristiano
Alejandro Manzoni, comenta rectamente: <<>>Quién
no entiende que este respeto reverente, diligente
y cuidadoso a la ley divina fue precisamente lo
que había preparado al Mártir para el último
sacrificio?>>.
También el Beato don Bosco tiene su puesto en
este magnífico ambiente y orden de cosas. He aquí
una vida -Nos pudimos verla y apreciarla de cerca
en su propia salsa- he aquí una vida que fue un
verdadero, real y gran martirio: una vida de
trabajo colosal que ofrecía la estampa de la
opresión con sólo verlo, la del Siervo de
(**Es19.210**))
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