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Ya sé, que no puedo volver a ver al amigo; que
no puedo volver a ver a vuestro bienhechor, niños
pobres; a vuestro padre, sacerdotes. Sus delicadas
facciones desaparecieron de mis ojos; el sudario
de la muerte lo envolvió. Quizás tenga Dios
amorosas atenciones con su cuerpo; ((**It19.13**)) la
tierra será amable con él, y actuará a manera de
almohada para su cansada cabeza. Sí, esperadlo,
hijos suyos: sus benditos restos serán como una
flor incorruptible.
Pero, sea ello como fuere, el sepulcro nos ha
arrebatado al amigo, al bienhechor, al padre. Ya
no veo ante mí, como acostumbraba verlo a menudo
en estos queridos lugares, al Sacerdote Juan
Bosco.
Mas Dios no nos dio el corazón tan sólo para
llorar; nos dio corazón, mente, fantasía para
suplantar el llanto con el suave consuelo; nos dio
un poder maravilloso de reparación, el de
reconstruir en nuestras ideas, en nuestra
imaginación y en nuestro afecto la imagen de las
personas que ya no existen, el poder de
rehacerlas, de recobrar su color como si
estuvieran vivas, colocándolas de nuevo ante
nuestros ojos.
Yo quiero, pues, ver al amigo, al bienhechor,
al padre, ver y saludar a Juan Bosco. Sin esta
visión me encontraría demasiado triste y solo en
el mundo.
Os confieso que tendré que verlo con más
reverencia. La muerte, no lo sé, al
arrebatárnoslo, al ocultárnoslo, casi lo ciñó de
una aureola. Lo veré, por tanto, con más respeto
que antes, pero siempre con el mismo tierno
afecto, siempre con el mismo corazón enamorado.
Y oídlo, amados míos. Quiero ver a don Bosco
entre vosotros, pero no encerrado aquí. Siento la
necesidad de verlo mirando desde este lugar hacia
fuera, mirando lejos, mirando en fin allí donde os
encontró a vosotros; yendo allí en persona a
actuar y hablar, allí donde os tendió la mano y os
habló a vosotros, allí donde recogió tan gran
numero de hijos.
El orador, por decirlo con la misma frase que
Pío XI empleó después de un discurso del cardenal
Pacelli sobre San Vicente de Paúl, demostró que
don Bosco fue un divinizador de su siglo, puesto
que elevó a Dios sus tendencias, sus necesidades,
sus empresas.
El siglo XIX era el siglo de la pedagogía; pero
de una pedagogía que se inspiraba solamente en el
afecto natural, limitado y débil, o se regulaba
únicamente por la ciencia, llena de prejuicios.
Don Bosco introdujo el elemento religioso, como
guía del afecto natural y la caridad, en la
ciencia. Con ella ejerció tal predominio en la
juventud, que enamoraba los corazones,
transformaba los espíritus con el arrebato por la
virtud e iluminaba los entendimientos con la
adquisición del saber. La religión vigorizaba la
naturaleza y la caridad perfeccionaba la ciencia.
Así divinizó don Bosco la pedagogía del siglo.
de febrero desde el púlpito: <>.(**Es19.21**))
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