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((**Es19.21**) Ya sé, que no puedo volver a ver al amigo; que no puedo volver a ver a vuestro bienhechor, niños pobres; a vuestro padre, sacerdotes. Sus delicadas facciones desaparecieron de mis ojos; el sudario de la muerte lo envolvió. Quizás tenga Dios amorosas atenciones con su cuerpo; ((**It19.13**)) la tierra será amable con él, y actuará a manera de almohada para su cansada cabeza. Sí, esperadlo, hijos suyos: sus benditos restos serán como una flor incorruptible. Pero, sea ello como fuere, el sepulcro nos ha arrebatado al amigo, al bienhechor, al padre. Ya no veo ante mí, como acostumbraba verlo a menudo en estos queridos lugares, al Sacerdote Juan Bosco. Mas Dios no nos dio el corazón tan sólo para llorar; nos dio corazón, mente, fantasía para suplantar el llanto con el suave consuelo; nos dio un poder maravilloso de reparación, el de reconstruir en nuestras ideas, en nuestra imaginación y en nuestro afecto la imagen de las personas que ya no existen, el poder de rehacerlas, de recobrar su color como si estuvieran vivas, colocándolas de nuevo ante nuestros ojos. Yo quiero, pues, ver al amigo, al bienhechor, al padre, ver y saludar a Juan Bosco. Sin esta visión me encontraría demasiado triste y solo en el mundo. Os confieso que tendré que verlo con más reverencia. La muerte, no lo sé, al arrebatárnoslo, al ocultárnoslo, casi lo ciñó de una aureola. Lo veré, por tanto, con más respeto que antes, pero siempre con el mismo tierno afecto, siempre con el mismo corazón enamorado. Y oídlo, amados míos. Quiero ver a don Bosco entre vosotros, pero no encerrado aquí. Siento la necesidad de verlo mirando desde este lugar hacia fuera, mirando lejos, mirando en fin allí donde os encontró a vosotros; yendo allí en persona a actuar y hablar, allí donde os tendió la mano y os habló a vosotros, allí donde recogió tan gran numero de hijos. El orador, por decirlo con la misma frase que Pío XI empleó después de un discurso del cardenal Pacelli sobre San Vicente de Paúl, demostró que don Bosco fue un divinizador de su siglo, puesto que elevó a Dios sus tendencias, sus necesidades, sus empresas. El siglo XIX era el siglo de la pedagogía; pero de una pedagogía que se inspiraba solamente en el afecto natural, limitado y débil, o se regulaba únicamente por la ciencia, llena de prejuicios. Don Bosco introdujo el elemento religioso, como guía del afecto natural y la caridad, en la ciencia. Con ella ejerció tal predominio en la juventud, que enamoraba los corazones, transformaba los espíritus con el arrebato por la virtud e iluminaba los entendimientos con la adquisición del saber. La religión vigorizaba la naturaleza y la caridad perfeccionaba la ciencia. Así divinizó don Bosco la pedagogía del siglo. de febrero desde el púlpito: <>.(**Es19.21**))
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