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((**Es19.208**) españoles que prestasen la asistencia posible a los perseguidos. Se renunció a la primera proposición, porque las jóvenes esperanzas de la Orden habían encontrado refugio en Bollengo, en el distrito de Ivrea. Lógicamente les faltaban al principio muchas cosas para organizarse; por lo cual don Pedro Ricaldone hizo que las casas salesianas más próximas les suministrasen todo lo que pudiesen necesitar. Más aún, sabiendo que en el destierro siempre se está a disgusto, proporcionó esparcimiento a los desterrados con excursiones a los centros misioneros de Ivrea y Cumiana, donde, con hermosa fraternidad, no se ahorró nada para recibir dignamente y alegrar a los huéspedes. El Padre Santo respondió al saludo, sacando del heroísmo ((**It19.247**)) de los tres Mártires y de la santa vida de don Bosco, preciosas enseñanzas para todos los fieles en aquel año jubilar de la Redención. Habéis oído, queridísimos hijos, los Decretos leídos, habéis recogido también la hermosa, piadosa, fraternal ilustración que de ellos se os ha hecho: habéis visto cómo vuelve hasta nosotros la gigantesca y querida figura del Beato don Bosco acompañando y rindiendo los debidos homenajes a los mártires del divino Redentor, porque el martirio es el honor supremo, lo mismo que es el fruto más precioso de la Redención, de aquel Redentor a quo omne martyrium sumpsit exordium (en el que empieza todo martirio), como muy bien y solemnemente dice la Iglesia. Y puesto que la Bondad divina ya Nos ha concedido hablar y entretenernos otras veces con el Beato don Bosco, Nos detendremos hoy a admirar a estos grandes Mártires -mas sin dejar de hacer, como veremos, una alusión al mismo Beato don Bosco- que tan oportunamente vienen a colocarse en el cortejo triunfal que acompaña la memoria, diecinueve veces centenaria, de la divina Redención y del mismo divino Redentor. Y precisamente, a propósito de los nuevos Mártires, es evidente la oportunidad de proponernos, cada uno de nosotros, una pregunta sobre lo que debemos no sólo admirar, sino también imitar; porque entra en la economía altamente educadora de la Iglesia no presentar nunca tan excelsas figuras a la veneración de los fieles, si no es con la finalidad de excitar su saludable imitación: ut imitari non pigeat, quos celebrare delectat (para que no disguste imitar a aquéllos a los que agrada celebrar). Y ante todo >>qué podemos hacer nosotros cuando nos encontramos frente a estos héroes de la fe, héroes hasta derramar su sangre y hasta la muerte, sino tributarles nuestra admiración? Y he aquí inmediatamente una gran utilidad para las almas, para toda clase de almas, precisamente en esta admiración que a todos se propone: la utilidad está en este mismo honor de admiración ante unas acciones que, como muy bien se dijo, constituyen los testimonios más fastuosos, más magníficos y espléndidos que se hayan concedido a la naturaleza humana, a nosotros pobres hombres, de poder rendir a la Verdad que juzga todo y a todos, que está por encima de todo y de todos y que sobrevive a todo, un testimonio mayor que todo otro, por grande y digno que sea: el testimonio de la sangre. Un genio lo dijo y de forma genial: éste es el gesto más ostentoso que el hombre puede cumplir. Y en tal campo, ante tales grandezas, ya constituye un beneficio señalado el simple hecho de detenerse ante tan gran visión de cosas. Porque >>cómo no se despertaría, hasta en las almas más alejadas del mundo sobrenatural, si están dotadas de (**Es19.208**))
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