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españoles que prestasen la asistencia posible a
los perseguidos.
Se renunció a la primera proposición, porque las
jóvenes esperanzas de la Orden habían encontrado
refugio en Bollengo, en el distrito de Ivrea.
Lógicamente les faltaban al principio muchas cosas
para organizarse; por lo cual don Pedro Ricaldone
hizo que las casas salesianas más próximas les
suministrasen todo lo que pudiesen necesitar. Más
aún, sabiendo que en el destierro siempre se está
a disgusto, proporcionó esparcimiento a los
desterrados con excursiones a los centros
misioneros de Ivrea y Cumiana, donde, con hermosa
fraternidad, no se ahorró nada para recibir
dignamente y alegrar a los huéspedes.
El Padre Santo respondió al saludo, sacando del
heroísmo ((**It19.247**)) de los
tres Mártires y de la santa vida de don Bosco,
preciosas enseñanzas para todos los fieles en
aquel año jubilar de la Redención.
Habéis oído, queridísimos hijos, los Decretos
leídos, habéis recogido también la hermosa,
piadosa, fraternal ilustración que de ellos se os
ha hecho: habéis visto cómo vuelve hasta nosotros
la gigantesca y querida figura del Beato don Bosco
acompañando y rindiendo los debidos homenajes a
los mártires del divino Redentor, porque el
martirio es el honor supremo, lo mismo que es el
fruto más precioso de la Redención, de aquel
Redentor a quo omne martyrium sumpsit exordium (en
el que empieza todo martirio), como muy bien y
solemnemente dice la Iglesia. Y puesto que la
Bondad divina ya Nos ha concedido hablar y
entretenernos otras veces con el Beato don Bosco,
Nos detendremos hoy a admirar a estos grandes
Mártires -mas sin dejar de hacer, como veremos,
una alusión al mismo Beato don Bosco- que tan
oportunamente vienen a colocarse en el cortejo
triunfal que acompaña la memoria, diecinueve veces
centenaria, de la divina Redención y del mismo
divino Redentor.
Y precisamente, a propósito de los nuevos
Mártires, es evidente la oportunidad de
proponernos, cada uno de nosotros, una pregunta
sobre lo que debemos no sólo admirar, sino también
imitar; porque entra en la economía altamente
educadora de la Iglesia no presentar nunca tan
excelsas figuras a la veneración de los fieles, si
no es con la finalidad de excitar su saludable
imitación: ut imitari non pigeat, quos celebrare
delectat (para que no disguste imitar a aquéllos a
los que agrada celebrar).
Y ante todo >>qué podemos hacer nosotros cuando
nos encontramos frente a estos héroes de la fe,
héroes hasta derramar su sangre y hasta la muerte,
sino tributarles nuestra admiración? Y he aquí
inmediatamente una gran utilidad para las almas,
para toda clase de almas, precisamente en esta
admiración que a todos se propone: la utilidad
está en este mismo honor de admiración ante unas
acciones que, como muy bien se dijo, constituyen
los testimonios más fastuosos, más magníficos y
espléndidos que se hayan concedido a la naturaleza
humana, a nosotros pobres hombres, de poder rendir
a la Verdad que juzga todo y a todos, que está por
encima de todo y de todos y que sobrevive a todo,
un testimonio mayor que todo otro, por grande y
digno que sea: el testimonio de la sangre. Un
genio lo dijo y de forma genial: éste es el gesto
más ostentoso que el hombre puede cumplir.
Y en tal campo, ante tales grandezas, ya
constituye un beneficio señalado el simple hecho
de detenerse ante tan gran visión de cosas. Porque
>>cómo no se despertaría, hasta en las almas más
alejadas del mundo sobrenatural, si están dotadas
de
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