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a los abandonados. Había intuido con su
perspicacia lo muy útil que sería este medio para
preservar a toda la sociedad de la ruina que la
amenazaba, y dirigió a este plan los esfuerzos de
su noble corazón, con tan felices resultados, que
hoy ocupa, sin lugar a dudas, el primer lugar
entre los educadores cristianos contemporáneos. No
hubo dificultades, ni persecuciones que llegaran
nunca a apartarle de tan inmenso trabajo, pues era
ilimitada su caridad con los jóvenes que estaban
en peligro y muy firme su propósito de llevar a
Cristo la juventud. Sabía atraerse a los muchachos
con sus buenos modales, doquiera los encontrase
abandonados por la calle, y, con toda caridad y
dulzura, lleno del espíritu de San Francisco de
Sales y de San Felipe Neri, se los ganaba y los
mantenía alegres con diversiones, de forma que
acudían a él en gran número de todas partes, como
al mejor de los padres. Pero esta su divina
caridad con ellos iba unida a una ((**It19.242**)) tan
gran prudencia sobrenatural, que llegó a la
perfección en el método de educar, marcando a la
pedagogía una norma que es de las mejores y más
seguras.
El mismo nombre de Oratorio, que dio a su
institución, nos manifiesta sobre qué base
construía él su edificio, que no es otro más que
la doctrina y la piedad cristiana, sin la cual es
inútil todo experimento, para arrancar de la
viciosas pasiones el corazón de los jóvenes y
levantarlos a más nobles ideales. Mas, para esto
empleaba él tanta dulzura que los jóvenes bebían y
amaban la piedad casi espontáneamente, no movidos
por la obligación, sino por un verdadero
sentimiento; y, una vez que se había ganado su
cariño, los llevaba después sin ninguna dificultad
al bien. Su gran principio era que para corregir a
los jóvenes es mejor prevenir que reprimir; y,
aunque este método es más difícil, también es más
eficaz para lograr adquirir buenas costumbres. Y
los hechos dicen claramente los frutos que él ha
recogido con este sistema; jóvenes hubo, guiados
por este método, que llegaron a la perfección de
la vida cristiana y hasta a la práctica heroica de
las virtudes. Los Oratorios Salesianos,
multiplicados maravillosamente aun durante su vida
en medio de dificultades sin fin, se encuentran
hoy muy esparcidos por todo el mundo, y en ellos
son conducidas a Cristo innumerables almas.
Con el fin de perpetuar la existencia de los
mismos y proveer de este modo más eficazmente a la
educación juvenil, animado por el Beato José
Cafasso, y por el Papa Pío IX, de santa memoria,
fundó la Pía Sociedad de S. Francisco de Sales y,
algún tiempo después, el Instituto de las Hijas de
María Auxiliadora.
Hoy en día tienen las dos familias en conjunto
cerca de mil quinientas casas y casi veinte mil
socios esparcidos por todo el mundo, con millares
y millares de jóvenes de ambos sexos, que reciben
de ellos formación literaria y profesional; y
todavía más, sus hijos y sus hijas se someten
generosamente a la asistencia de los enfermos y de
los leprosos y hasta hay algunos de ellos que
contrajeron esta enfermedad y sucumbieron víctimas
de su caridad, ícomo dignos hijos de tan gran
Padre!
Tampoco se debe pasar por alto la institución
de los Cooperadores, una asociación de fieles, en
su mayoría seglares, los cuales, animados por el
espíritu de la Sociedad Salesiana y, como ella,
están dispuestos a toda obra de caridad, tienen
por fin prestar, de acuerdo con las
circunstancias, válido apoyo a los párrocos, a los
Obispos, y al mismo Sumo Pontífice. Como un
notable primer ensayo de Acción Católica, la
Asociación fue aprobada por Pío IX y, todavía en
vida del Beato Juan, los Cooperadores llegaron a
los ochenta mil.
Pero el celo por las almas, que ardía en su
pecho, no pudo quedarse encerrado dentro de los
límites de las naciones católicas, y así,
alargando los horizontes de su
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