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gloriosa al Beato don Bosco. Eran los Venerables
Siervos de Dios Roque González de Santa Cruz,
Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, muertos por
la fe en Paraguay. Aquel día se proclamaría
solemnemente su martirio.
Las modalidades de la ceremonia fueron las
mismas señaladas en los capítulos precedentes. Una
vez leído el decreto referente a los tres mártires
jesuitas, leyó el Secretario el del Tuto para don
Bosco. Traducimos a continuación el decreto.
Durante el siglo diecinueve, cuando maduraban
por doquier los venenosos frutos, cuyos gérmenes
de destrucción de la sociedad cristiana había
diseminado abundantemente el siglo anterior, la
Iglesia, sobre todo en Italia, se encontró a
merced de muchas tempestades que la desgracia de
los tiempos y la maldad de los hombres levantó
contra ella. Pero la divina misericordia envió
también entonces para sostén de su Iglesia
valiosos campeones, que alejaran la gran ruina y
conservaran intacta en nuestro pueblo la más
preciosa herencia recibida de los Apóstoles, la
genuina fe en Cristo.
Y así, en medio de las dificultades de aquellos
tiempos, aparecieron entre nosotros hombres de
acrisoladísima santidad, gracias a cuya acción
prodigiosa no valieron los asaltos de los enemigos
para demoler los muros de Israel.
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Sobresale por encima de los otros por la altura de
su espíritu y la magnitud de sus empresas el Beato
Juan Bosco, que, en el áspero rodar de los tiempos
se levantó en el siglo pasado como una piedra
miliar, señalando a los pueblos el camino de la
salvación. Porque Dios le suscitó para la
victoria, según la expresión de Isaías (XLV, 13),
y allanó todos sus caminos. En cambio el Beato
Juan Bosco, por virtud del Espíritu Santo,
resplandece ante nosotros como modelo del
sacerdote hecho según el corazón de Dios, como
educador incomparable de la juventud, como
fundador de nuevas Familias religiosas y como
propagador de la santa fe.
Hijo de humilde linaje, Juan nació en un
caserío campesino cerca de Castelnuovo de Asti, de
Francisco y Margarita Occhiena, pobres y virtuosos
cristianos, el 16 de agosto de 1815. Quedóse sin
padre cuando sólo tenía dos años, y creció en la
piedad bajo la prudente y santa guía materna.
Brilló en él, desde niño, una índole excelente,
dotada de agudo ingenio, y memoria tenaz, de tal
modo que, cuando empezó a ir a la escuela,
aprendía en un santiamén lo que le enseñaban los
maestros y sobresalía sin discusión en clase por
su rapidez en aprender y su penetración mental.
Después de dos años de dura y laboriosa
pobreza, que vigorizó su fibra en las más
difíciles pruebas, con el consentimiento de su
madre y por recomendación del Beato José Cafasso,
entró en el Seminario de Chieri, donde se dedicó a
los estudios, con óptimos resultados, durante seis
años. Recibió finalmente el orden sacerdotal en
Turín, el 5 de junio de 1841.
Pocos meses después fue admitido en la
Residencia Sacerdotal de S. Francisco de Asís,
bajo la dirección del Beato José Cafasso, donde
ejerció, con gran provecho para las almas, el
ministerio sacerdotal en los hospitales, en las
cárceles, en el confesonario y en la predicación
de la palabra de Dios.
Formado con este ejercicio práctico en el
sacerdocio, sintió encenderse más vivamente en su
corazón la singular vocación que le animaba por
inspiración divina desde la adolescencia, de
atender y guiar por el buen sendero a los jóvenes,
particularmente
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