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camino de la salvación; en todo, por todo y
siempre la propagación de la Redención.
El Beato había, pues, meditado profundamente el
misterio de la Redención, He ahí una llamada más
oportuna hoy que nunca, ya que es eso precisamente
lo que Nos hemos ardientemente deseado y esperado
para este Año Santo: que el pensamiento de todas
las almas redimidas, de toda la humanidad salvada,
vuelva con memorable recuerdo, con agradecida
atención a la grandiosa obra, cuyos beneficios
inapreciables se recogen, a la Redención y a su
Autor, el Redentor.
Da mihi animas, cetera tolle! >>Y qué nos dice
el Redentor? >>Qué les ((**It19.237**)) dice a
esas almas que de buena gana emprenden este
camino? La primera palabra que desciende de la
Cruz, en la que precisamente se consuma la
Redención con la Sangre y la Muerte del Hijo de
Dios, es la misma que dijo Jesús casi como prólogo
de esta su obra divina: Quid prodest homini, si
mundum universum lucretur, animae vero suae
detrimentum patiatur? >>De qué sirve conquistar
todo el mundo si el alma tiene que sufrir
perjuicio? Y esto ya es decir el inestimable valor
trascendente de las almas, el incomparable valor
de las almas. Ahora bien, esta misma palabra, esta
misma lección nos la da el Redentor como
testamento escrito con su divina Sangre mientras
muere, en la Cruz: he aquí, dice El en aquella
hora suprema, el valor de todas las almas; de cada
una, por tanto, de nuestras almas. No ha creído El
dar demasiado dando toda su Sangre y su vida, no
ha creído pagar un precio excesivo, dando
generosamente un precio de valor divinamente
infinito.
No queremos añadir nada más, sino invitaros a
permanecer con esta gran palabra, con este gran
amor de las almas, palabra y amor del Divino
Redentor, al que tanto se acercó su fiel,
esforzado, eficaz obrero, el Beato don Bosco, un
instrumento tan valioso para la Redención de
tantas almas.
Con este último pensamiento pasó el Augusto
Pontífice a bendecir a los presentes de acuerdo
con las intenciones por ellos formuladas: a todos
los hijos e hijas de la familia salesiana y de
María Auxiliadora; a todos los demás que con su
actuación colaboraban en su maravillosa actividad;
a todos ellos y a todo lo que en aquel momento
llevaban los allí presentes en su mente y en su
corazón y deseaban ver bendecido juntamente con
sus personas.
Después de impartir la bendición, recibió el
Padre Santo, de manos del Postulador, una copia
del decreto leído poco antes. Descendió después
del trono y reverenciado devotamente por los
Cardenales, Prelados y Religiosos, retiróse a sus
apartamientos, mientras el público comentaba en la
sala y afuera todo lo visto y oído.
Las condiciones más esencialmente requeridas
para la Causa estaban cumplidas; sólo quedaban
algunas formalidades, de las que hablaremos en el
capítulo siguiente. Y como se aproximaba la fecha
extraordinaria, comenzáronse enseguida los
preparativos para los festejos en Roma y en Turín,
que se preveía serían excepcionalmente grandiosos;
sobre todo se pensó en organizar lo que de algún
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