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vemos que los Salesianos y las Hijas de María
Auxiliadora sobrepasan los diecinueve mil socios:
un ejército; y se diría que todo él está situado
en la primera línea, todo él dedicado a un trabajo
grande y productivo, ya que la divisa del Beato, y
la que ha dejado como religiosa herencia, es el
trabajo, y no queda bien en las filas de los
Salesianos o de las Hijas de María Auxiliadora el
que no es trabajador, la que no es trabajadora: el
trabajo es el distintivo, la cédula personal de
este ejército providencial. Y lo prueban otros
datos: son mil ochocientas las Casas, ochenta las
Provincias o Inspectorías como las llaman los
Salesianos; se cuentan por millares y millares las
iglesias, las capillas, los hospicios, los
colegios; hasta resulta difícil catalogar a todos;
son varios centenares de millar los alumnos del
presente; hay que calcular por millones los
exalumnos; pasan del millón los miembros de la
tercera gran familia, la de los Cooperadores, esa
longa manus, como don Bosco la llamaba, y Nos se
la hemos oído definir así cuando, con humilde
complacencia, como la de quien quiere dar
importancia a otros, decía el Beato que, gracias
precisamente a tantos Cooperadores, don Bosco
-usaba siempre la tercera persona cuando hablaba
de sí mismo-, don Bosco tiene unas manos bastante
largas, con las que puede llegar a todo. Es
difícil por lo demás, a pesar de estas cifras,
medir aun en resúmenes aproximados, el bien que
don Bosco ha hecho y sigue haciendo: sería
suficiente la simple alusión a las dieciséis
misiones, misiones propiamente tales, a las que
hay que añadir el doble de misiones subsidiarias
donde los Hijos y las Hijas ((**It19.236**)) de don
Bosco, trabajan asiduamente para la conversión de
los infieles.
Un bien inmenso, extraordinario: bastaría
solamente pensar en el fervor de educación tan
múltiple -cívica, profesional, comercial,
agrícola- pero siempre una, siempre la misma,
cuando se considera que es una educación
cristiana, total, profunda, exquisitamente
cristiana.
He aquí, aunque en lejana y pequeña proporción,
la más hermosa síntesis que nos evoca
espiritualmente la obra, grande como el mundo, y
la figura del Beato don Bosco, rediviva y de nuevo
entre nosotros, en estos felices momentos.
Acude inmediatamente la pregunta: >>dónde está
el secreto de todo este milagro del trabajo, de la
extraordinaria expansión, del esfuerzo inmenso y
del grandioso éxito? El mismo don Bosco nos ha
dado la explicación, la verdadera llave de todo
este magnífico misterio: nos la ha dado con
aquella su perenne aspiración, o mejor, continua
plegaria a Dios -porque fue incesante su íntima y
continua conversación con Dios y pocas veces se ha
cumplido como en él la máxima de: qui laborat,
orat, puesto que él identificaba cabalmente el
trabajo con la oraciónnos la ha dado con aquella
su constante invocación: da mihi animas, cetera
tolle: siempre las almas, la busca de las almas,
el amor de las almas.
íQué oportuna resulta esta llamada, esta
plegaria personal del Beato Siervo de Dios en el
desarrollo de tan hermoso, santo, edificante,
fructuoso, de este Año Santo, de la Redención! En
efecto, el Beato don Bosco había estudiado bien,
había meditado, y mucho, constantemente, el
misterio y la obra de la Redención para poder
realizar toda su estupenda labor. Es más, debe
decirse que precisamente esto es lo que únicamente
la explica: él recibió de Dios el mandato
específico, la misión especial de continuar la
obra de la Redención, de difundir y aplicar cada
vez más abundantemente a las almas sus frutos
preciosísimos. Así es como se aprecia bien la
grandeza de su actividad, lo mismo cuando se
piensa en las almas llamadas por él a la Redención
durante su vida, que cuando se piensa en las
llamadas por la longa manus de sus hijos y de sus
cooperadores: llevando por vez primera a tantas
almas a verdaderas y personales resurrecciones
espirituales, devolviendo las almas perdidas o
abandonadas al
(**Es19.199**))
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