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sello de la Autoridad Apostólica, a la par que
acelera el ritmo de la Causa, nos asegura otra vez
la divina intervención en la glorificación de
nuestro Beato Padre; ((**It19.233**)) de
satisfacción para nosotros que, en nuestro corazón
de hijos, ya pregustamos el gozo del gran día en
el que toda la Iglesia, por el Magisterio del
Vicario de Jesucristo, glorificará a nuestro
Padre, envuelto con la aureola de los Santos.
Por eso, hoy, al dar gracias a Dios y a Vuestra
Santidad por tan señalado beneficio, siento vibrar
en mi voz el latido de la doble Familia de don
Bosco (séanos permitido llamarle todavía con esta
denominación, en la que se juntan para nosotros
los recuerdos de tantas y tantas cosas queridas),
de esa doble Familia que tiene en él su origen, su
espíritu y la confianza en el porvenir; origen que
costó al Padre amado largos, inenarrables
sacrificios; espíritu que con renovados propósitos
nos proponemos conservar íntegro y ferviente;
confianza que, por muchas razones de orden
superior, aumenta en nosotros de día en día,
estimulándonos cada vez más a trabajar con afán
incansable por la gloria de Dios y el bien de las
almas en el campo que nos ha señalado el Dueño
Evangélico.
La constante llegada de numerosos operarios a
reponer y engrosar las filas de las Familias
espirituales del Beato don Bosco nos hace esperar
con seguridad que su gran ideal, la educación
cristiana de la juventud según las enseñanzas de
la Iglesia y las normas de su Cabeza visible,
estará siempre en marcha progresiva.
Y que de este modo nos obtenga nuestro Beato
Padre recoger cada vez más abundantes frutos de la
Redención, cuyo decimonoveno centenario ha hecho
tan solemne Vuestra Santidad en todo el mundo, con
este extraordinario Jubileo.
Estos son los sentimientos con los que el
humilde Sucesor del Beato don Bosco se postra esta
mañana a los pies de Vuestra Santidad para
tributarle el homenaje del común reconocimiento y
para implorar sobre los Salesianos y sobre las
Hijas de María Auxiliadora, sobre sus alumnos y
exalumnos y sobre la gran Familia de los
Cooperadores, la gracia de la Bendición
Apostólica.
Después de besar el pie al Padre Santo, don
Pedro Ricaldone con sus asistentes, se retiró.
Entonces tomó la palabra Su Santidad. Su hablar
procedía de una visible y profunda reflexión. Hubo
un instante, en el que, evocando un pasado de más
de cincuenta años, cuyas suaves impresiones
llevaba esculpidas en la mente, estuvo a punto de
conmoverse; pero rápidamente, con un acto enérgico
de la voluntad reaccionó y mantuvo el tono sereno
y solemne de su voz.
Es la tercera vez que don Bosco -y decimos
<> para rememorar dulces recuerdos-
nos invita, o mejor, nos pone en la feliz
necesidad de hablar de él, casi como un recuerdo,
y se diría también querido por él, ((**It19.234**)) del ya
lejano encuentro personal y de aquel más bien
corto, pero no fugaz contacto que la Divina Bondad
Nos concedió tener con el Beato.
>>Qué decir y añadir, después de lo que ya se
ha dicho, y lo que el Decreto y las palabras que
le han seguido han recordado respecto al Siervo de
Dios? >>Qué añadir, después de lo que tantas
biografías, vidas y publicaciones sobre don Bosco,
unas muy extensas y otras breves, han dicho de él
a cuantos han querido saberlo y también a los que
no quieren, imponiéndose hasta a los más
despreocupados por las maravillas que narran del
Beato?
(**Es19.197**))
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