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((**Es19.187**) líneas más gigantescas por la mano de Dios; y estos elementos, >>qué son al fin y al cabo? Son los elementos de la vida cristiana, de la vida cristiana vivida, no de cualquier manera, como desgraciadamente muchos se reducen a hacer, sino con generosa fidelidad a los principios, con delicado cuidado y no con negligencia. Al presente, es algo indigno servir con negligencia a un Señor tan bueno, a un Redentor tan generoso; la vida cristiana como Nos hemos tenido ocasión de decir no ha mucho, en presencia de algunas devotas peregrinaciones, no debe vivirse con una correspondencia fragmentaria, discontinua a los preceptos, a las enseñanzas, a los ejemplos del Divino Redentor, del Divino Maestro y de sus mejores discípulos, sino con espíritu de noble precisión, como el que hoy contemplamos y admiramos. ((**It19.221**)) Esta es la vida cristiana, y es mucho poderla llamar así, porque ese nombre expresa un tesoro inestimable; pero hoy se da mucho una vida cristiana, sin ningún sentido de precisión, sin ningún cuidado diligente, generoso, sin un poco de diligencia al menos, sin un poco de generosidad, de acuerdo con los ejemplos, las enseñanzas, los deseos de nuestro Divino Maestro... íCuánta necesidad hay, en cambio, de estos ejemplos de precisión, de vidas cristianas diligentes, generosas como el Corazón de Dios, el Corazón del Redentor las quiere! Es éste un pensamiento muy oportuno en el providencial, magnífico y consolador desarrollo, al que asistimos, en este Año Santo de la Redención, porque el beneficio que nosotros celebramos y recordamos con gratitud debemos hacerlo fructificar en nosotros diligentemente, después de diecinueve siglos del gran suceso de nuestra Redención, precisamente en nosotros, alimentando la verdadera vida cristiana, porque ésa es precisamente la vida total que hemos recibido con la Redención divina; ésa es el gran don que nos dan los brazos del Hijo de Dios, extendidos en la Cruz. El mundo no conocía esta vida; conocía la vida pagana, con todos sus errores y horrores; apenas se inició la vida cristiana se desarrolló inmediatamente con un maravilloso florecer de bellezas celestiales, de preciosidades de cielo; desde los primeros momentos, desde aquellos niños que el mismo Divino Redentor acariciaba y abrazaba, hasta los Tarsicios de todos los tiempos, hasta este nuevo Venerable Siervo de Dios. He aquí el don, el gran don, el don completo de la Redención; ella es siempre la misma, llevada a los diversos grados de perfección a los que sabe llevarla la mano de Dios; porque es precisamente la perfección divina, aunque inalcanzable en su plenitud, la que se nos propone; y esa perfección es la vida cristiana, la que se nos presenta en el humilde fiel, en la más modesta medida del último de los fieles y hasta en las más altas figuras, las más magníficas, las más gigantescas figuras de la hagiografía, de la santidad de todos los siglos; la vida cristiana es la grande, inmensa riqueza que llevamos con nosotros desde el mismo instante del Bautismo, porque en aquella bendita hora empezamos a vivir esta vida, y la llevamos dentro de nuestras almas, en nuestros cuerpos como un preciosísimo tesoro. Por eso repercute en nosotros continua e incesantemente la llamada: hay que aprovechar este gran don y no dejarlo inerte, olvidado, descubierto con nuestras imprecisiones; hay que aprovechar, en cambio, con precisión, este tesoro magnífico, este tesoro que poseemos en medida adecuada, precisamente en aquella Sangre que pagó el Divino Redentor como precio; el precio precisamente de su Sangre, de su Vida, de su Cruz. Queremos ahora, ante todo, alegrarnos con la familia, mejor, con las familias del Beato don Bosco, tan digna, amplia y merecidamente representadas, puede decirse con razón, en todas las partes del mundo -ayer mismo leíamos de algunos intentos, ((**It19.222**)) nuevos conatos de apostolado salesiano, en regiones todavía inaccesibles y en las que nunca se ha (**Es19.187**))
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