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líneas más gigantescas por la mano de Dios; y
estos elementos, >>qué son al fin y al cabo? Son
los elementos de la vida cristiana, de la vida
cristiana vivida, no de cualquier manera, como
desgraciadamente muchos se reducen a hacer, sino
con generosa fidelidad a los principios, con
delicado cuidado y no con negligencia. Al
presente, es algo indigno servir con negligencia a
un Señor tan bueno, a un Redentor tan generoso; la
vida cristiana como Nos hemos tenido ocasión de
decir no ha mucho, en presencia de algunas devotas
peregrinaciones, no debe vivirse con una
correspondencia fragmentaria, discontinua a los
preceptos, a las enseñanzas, a los ejemplos del
Divino Redentor, del Divino Maestro y de sus
mejores discípulos, sino con espíritu de noble
precisión, como el que hoy contemplamos y
admiramos. ((**It19.221**)) Esta
es la vida cristiana, y es mucho poderla llamar
así, porque ese nombre expresa un tesoro
inestimable; pero hoy se da mucho una vida
cristiana, sin ningún sentido de precisión, sin
ningún cuidado diligente, generoso, sin un poco de
diligencia al menos, sin un poco de generosidad,
de acuerdo con los ejemplos, las enseñanzas, los
deseos de nuestro Divino Maestro... íCuánta
necesidad hay, en cambio, de estos ejemplos de
precisión, de vidas cristianas diligentes,
generosas como el Corazón de Dios, el Corazón del
Redentor las quiere! Es éste un pensamiento muy
oportuno en el providencial, magnífico y
consolador desarrollo, al que asistimos, en este
Año Santo de la Redención, porque el beneficio que
nosotros celebramos y recordamos con gratitud
debemos hacerlo fructificar en nosotros
diligentemente, después de diecinueve siglos del
gran suceso de nuestra Redención, precisamente en
nosotros, alimentando la verdadera vida cristiana,
porque ésa es precisamente la vida total que hemos
recibido con la Redención divina; ésa es el gran
don que nos dan los brazos del Hijo de Dios,
extendidos en la Cruz.
El mundo no conocía esta vida; conocía la vida
pagana, con todos sus errores y horrores; apenas
se inició la vida cristiana se desarrolló
inmediatamente con un maravilloso florecer de
bellezas celestiales, de preciosidades de cielo;
desde los primeros momentos, desde aquellos niños
que el mismo Divino Redentor acariciaba y
abrazaba, hasta los Tarsicios de todos los
tiempos, hasta este nuevo Venerable Siervo de
Dios.
He aquí el don, el gran don, el don completo de
la Redención; ella es siempre la misma, llevada a
los diversos grados de perfección a los que sabe
llevarla la mano de Dios; porque es precisamente
la perfección divina, aunque inalcanzable en su
plenitud, la que se nos propone; y esa perfección
es la vida cristiana, la que se nos presenta en el
humilde fiel, en la más modesta medida del último
de los fieles y hasta en las más altas figuras,
las más magníficas, las más gigantescas figuras de
la hagiografía, de la santidad de todos los
siglos; la vida cristiana es la grande, inmensa
riqueza que llevamos con nosotros desde el mismo
instante del Bautismo, porque en aquella bendita
hora empezamos a vivir esta vida, y la llevamos
dentro de nuestras almas, en nuestros cuerpos como
un preciosísimo tesoro. Por eso repercute en
nosotros continua e incesantemente la llamada: hay
que aprovechar este gran don y no dejarlo inerte,
olvidado, descubierto con nuestras imprecisiones;
hay que aprovechar, en cambio, con precisión, este
tesoro magnífico, este tesoro que poseemos en
medida adecuada, precisamente en aquella Sangre
que pagó el Divino Redentor como precio; el precio
precisamente de su Sangre, de su Vida, de su Cruz.
Queremos ahora, ante todo, alegrarnos con la
familia, mejor, con las familias del Beato don
Bosco, tan digna, amplia y merecidamente
representadas, puede decirse con razón, en todas
las partes del mundo -ayer mismo leíamos de
algunos intentos, ((**It19.222**)) nuevos
conatos de apostolado salesiano, en regiones
todavía inaccesibles y en las que nunca se ha
(**Es19.187**))
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