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((**Es19.184**) de orden, tan fielmente heredada después por sus hijos: da mihi animas, cetera tolle. Un retorno verdaderamente providencial: cuando se piensa en las condiciones en que hoy se encuentra, puede decirse en todo el mundo, la juventud; cuando se piensa en todos los peligros y en todas las malas artes que arman asechanzas contra su pureza; cuando se piensa en todo este torbellino de vida exterior, en este excesivo cuidado -y lo dicen también los ((**It19.217**)) que únicamente se dejan conducir por consideraciones de pedagogía humana- a este culto del cuerpo, de las fuerzas físicas y materiales, del desarrollo material, de la educación material y física, como dicen, en esta tan difundida y, puede decirse, precisamente educación para la violencia, sin respeto alguno a nadie ni a nada. Cuando se piensa, pues, en las condiciones en que se mueve la juventud de hoy, en los peligros que a cada instante se le ponen delante; cuando se piensa en ese malvado apostolado (si es lícito aplicar esta palabra), apostolado del mal, tan activamente y con tan terrible y maligna industria conducido a través de la prensa, de la prensa fácil, idónea para toda condición, para toda graduación de edad; en esa ostentación continua, general, casi inevitable, para los que viven en medio de esa ostentación de cosas, no sólo de mal ejemplo, sino verdaderamente provocadoras del mal, cuando se abusa de las más bellas y más ingeniosas ideas de la ciencia, que deberían servir únicamente para el apostolado del bien y la difusión de la verdad y de la bondad; cuando se piensa en todas estas cosas y en el grado a que han llegado precisamente en nuestros días, entonces es cuando verdaderamente hay que dar gracias a la Divina Providencia que suscita y lleva a efecto, a plena luz, esta figura tan edificante del bueno y santo jovencito. Hay que ser, de un modo especial, profundamente agradecidos al Señor por esta santidad de vida, por esta perfección de vida cristiana que no tiene ninguna de esas grandes ayudas que tanto convienen para el cumplimiento de las grandes casas: pobre, humilde hijo de gente modesta y de modestísima familia, rica solamente en aspiraciones cristianas, en vida cristiana, vivida, aunque en las más modestas condiciones, en el ejercicio ordinario, en el cumplimiento de los deberes ordinarios de una vida común; un muchacho que no pasa sus años encerrado, como cabalmente señalaba el decreto, en un huerto particularmente guardado; sino, primero en medio del mundo, y después allí donde la Providencia le había colocado y, por consiguiente, en medio de unos muchachos a los que el alma grande del Beato don Bosco reunía y formaba e iba formando, reformando, santificando, pero donde había una gran mezcla de buenos y no siempre buenos ejemplos, de buenos y no siempre buenos elementos. Ese era, en efecto, el secreto del gran don Bosco, poner, a veces, las manos precisamente en elementos no buenos, con asombro de los que no tenían su confianza en Dios y en la bondad fundamental de la creatura de Dios, ése era su secreto, poner su mano en todas partes, darse, extenderse para sacar bien del mismo mal, como lo hace la mano de Dios. Pero, volviendo ya al nuevo Venerable, he aquí la primera feliz confirmación. En la escuela del Beato don Bosco creció, sobre todo con su ejemplo, en una rápida carrera su vida de adolescente que debía cerrarse a los quince años; esa vida, como se ha dicho con toda verdad, del pequeño y gran gigante del espíritu: ía los quince años! Una verdadera y singular perfección de vida cristiana a los quince años, y con ((**It19.218**)) aquellas características que necesitaban de nosotros, de nuestros días, para poderlas presentar a la juventud actual, porque es una vida cristiana, una perfección de vida cristiana sustancialmente hecha, puede decirse así, para reducirla a sus líneas características, de pureza, de piedad, de apostolado; de espíritu y de obra de apostolado. (**Es19.184**))
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