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((**Es19.179**) con sus valiosos conciertos, con sus cantos y coros magníficos. Y continuó: Basta haber oído, como Nos lo hemos hecho, el sobrio, positivo, histórico relato de vuestro, o mejor, Nuestro querido don Pedro Ricaldone, respecto a los cincuenta años de las obras salesianas en Roma, para comprender cómo todos los Hijos de don Bosco, Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, alumnos y exalumnos, cooperadores y cooperadoras tienen razón para celebrar este jubileo de las Obras del querido don Bosco con la más legítima y consoladora satisfacción del corazón, con esa emoción de <> como vosotros, queridos hijos, habéis cantado con toda razón. Con justicia hemos juzgado el saludo acabado de leer por el querido don Pedro Ricaldone, de <> porque en su sincera enunciación de las obras y actividades, no hay ni siquiera una alusión al trabajo, al áspero esfuerzo, al sacrificio, a las inmolaciones que esas obras y esas actividades han debido costar y ciertamente han costado. Tenemos, además, razones particulares y muy queridas para participar en este santo estremecimiento de los corazones originado por el quincuagésimo aniversario de la Obra ((**It19.211**)) Salesiana en Roma; y tales razones proceden de los queridísimos recuerdos del pasado. Estábamos, en efecto, en el primer año de nuestro sacerdocio, cuando la Obra Salesiana de Roma, iniciada con la construcción del magnífico Santuario del Sagrado Corazón, surgía de sus cimientos. Y nos encontrábamos todavía en los primeros años de nuestro sacerdocio cuando la bondad de la Divina Providencia hacía que Nos encontráramos personalmente con el Beato don Bosco, y que pasáramos con él unos días de alegría y de satisfacción, que sólo puede valorarlos quien tuvo tan divina suerte. Estaba entonces el Beato don Bosco en el ocaso de su ciclópea vida, y ya saboreaba anticipadamente el gozo de la vida celestial con el premio eterno que le estaba reservado. Otra razón, además, Nos hace participar de un modo muy particular en la alegría común. Después de cincuenta años de vida activa, que vuestra presencia, queridísimos hijos, recuerda especialmente, la misma divina e inefable bondad que sapientemente ha llevado todo a cabo, Nos ha concedido proclamar y decretar el honor de los altares para el Beato don Bosco. Y ahora, desde el puesto donde la Divina Providencia nos ha colocado, no podemos dejar de volver los ojos a toda esa mies de bien que, partiendo de Roma, se extiende por el mundo católico. No podemos dejar de pensar en los millares de Hijos e Hijas de don Bosco, esparcidos por todos los pueblos para continuar la obra de una vida cristiana tan fecunda y felizmente laboriosa. Y cuando pensamos en los centenares de miles de almas jóvenes que por todo el mundo acuden a los Salesianos; cuando imaginamos esta innumerable juventud de todas las clases sociales, especialmente obreras, a las que continúa enseñando don Bosco, con su ejemplo, con su fe y con la apostólica caridad de sus Hijos los senderos de la vida, la nobleza del trabajo y las recompensas materiales y morales que de él deben esperarse y que tanto necesita la vida; cuando, con una visión interminable de personas y de bien, pensamos en todo esto, no podemos por menos, en nombre de nuestros Predecesores, y en el del mismo Dios que se ha dignado llamarnos a ser (**Es19.179**))
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