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con sus valiosos conciertos, con sus cantos y
coros magníficos. Y continuó:
Basta haber oído, como Nos lo hemos hecho, el
sobrio, positivo, histórico relato de vuestro, o
mejor, Nuestro querido don Pedro Ricaldone,
respecto a los cincuenta años de las obras
salesianas en Roma, para comprender cómo todos los
Hijos de don Bosco, Salesianos, Hijas de María
Auxiliadora, alumnos y exalumnos, cooperadores y
cooperadoras tienen razón para celebrar este
jubileo de las Obras del querido don Bosco con la
más legítima y consoladora satisfacción del
corazón, con esa emoción de <>
como vosotros, queridos hijos, habéis cantado con
toda razón.
Con justicia hemos juzgado el saludo acabado de
leer por el querido don Pedro Ricaldone, de
<> porque en
su sincera enunciación de las obras y actividades,
no hay ni siquiera una alusión al trabajo, al
áspero esfuerzo, al sacrificio, a las inmolaciones
que esas obras y esas actividades han debido
costar y ciertamente han costado.
Tenemos, además, razones particulares y muy
queridas para participar en este santo
estremecimiento de los corazones originado por el
quincuagésimo aniversario de la Obra ((**It19.211**))
Salesiana en Roma; y tales razones proceden de los
queridísimos recuerdos del pasado.
Estábamos, en efecto, en el primer año de
nuestro sacerdocio, cuando la Obra Salesiana de
Roma, iniciada con la construcción del magnífico
Santuario del Sagrado Corazón, surgía de sus
cimientos.
Y nos encontrábamos todavía en los primeros
años de nuestro sacerdocio cuando la bondad de la
Divina Providencia hacía que Nos encontráramos
personalmente con el Beato don Bosco, y que
pasáramos con él unos días de alegría y de
satisfacción, que sólo puede valorarlos quien tuvo
tan divina suerte.
Estaba entonces el Beato don Bosco en el ocaso
de su ciclópea vida, y ya saboreaba
anticipadamente el gozo de la vida celestial con
el premio eterno que le estaba reservado.
Otra razón, además, Nos hace participar de un
modo muy particular en la alegría común. Después
de cincuenta años de vida activa, que vuestra
presencia, queridísimos hijos, recuerda
especialmente, la misma divina e inefable bondad
que sapientemente ha llevado todo a cabo, Nos ha
concedido proclamar y decretar el honor de los
altares para el Beato don Bosco.
Y ahora, desde el puesto donde la Divina
Providencia nos ha colocado, no podemos dejar de
volver los ojos a toda esa mies de bien que,
partiendo de Roma, se extiende por el mundo
católico.
No podemos dejar de pensar en los millares de
Hijos e Hijas de don Bosco, esparcidos por todos
los pueblos para continuar la obra de una vida
cristiana tan fecunda y felizmente laboriosa.
Y cuando pensamos en los centenares de miles de
almas jóvenes que por todo el mundo acuden a los
Salesianos; cuando imaginamos esta innumerable
juventud de todas las clases sociales,
especialmente obreras, a las que continúa
enseñando don Bosco, con su ejemplo, con su fe y
con la apostólica caridad de sus Hijos los
senderos de la vida, la nobleza del trabajo y las
recompensas materiales y morales que de él deben
esperarse y que tanto necesita la vida; cuando,
con una visión interminable de personas y de bien,
pensamos en todo esto, no podemos por menos, en
nombre de nuestros Predecesores, y en el del mismo
Dios que se ha dignado llamarnos a ser
(**Es19.179**))
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